La cosa sucedió más o menos así. Yo estaba paseando con Arturo por el club social, que no sé que hacía yo paseando con Arturo cuando Arturo es casi enemigo íntimo mío y además me cae como el culo, pero bueno, cosas de la vida, entonces, llegó Jorge y nos dijo que Paula se había liado otra vez con Martín. Y como si tuviera una cosa comprimida en mis pulmones buscando salir para fuera, suspiré y dije como a cámara lenta, “Qué puta, ¿no?”. Pude haber dicho “¿sí?” o “bueno, pues que lo disfrute”, o “¿Otra vez?”, pero no, tuve que decir “Qué puta, ¿no?”. Buf, como los niños pequeños cuando hacen algo que saben que está mal, enseguida supe que la había cagado y que el testigo de ese “Qué puta, ¿no?” era el peor testigo posible. Entonces, contándome una excusa barata, algo así como que tenía que acompañar a su hermana pequeña a las clases de tenis cuando Arturo pasa mil kilos de su hermana, se separó de mí; pero no fue a acompañar a su hermana, claro, fue como un cohete a difundir la noticia, que era lo mismo que difundir un marrón para mí, cogió a los más chismosos de la pandilla y no dudó en repetir lo que yo había dicho: Que Paula era una puta. Por si acaso suprimió el “¿no?”. Eso no lo supe en el momento, aunque a decir verdad, sospechaba que terminaría pasando; lo supe más tarde, cuando vi a Noelia con cara de circunstancias y más erguida que una farola pasar delante de mí, sin saludar siquiera, agarrada a su carpeta y dispuesta a hablar con Tere. A esas alturas mi inocente expresión se había convertido en fenómeno social y extendido como una plaga. Y para más inri, Tere es la mejor amiga de Paula. Y si Tere por h o por b, se entera de que yo he dicho que Paula es una puta, es lo mismo que Paula se entere de que le he dicho puta. Y básicamente, ese ha sido el camino por el que ahora Paula está delante de mis narices sermoneándome, algo que iba a suceder tarde o temprano. Yo la veo, y es, otra vez, como si estuviéramos viviendo en cámara lenta, como esos momentos de las películas en que el sonido se distorsiona y el bueno se lanza al suelo para desactivar la bomba en el último segundo. Paula habla y se le ve enojada, pero Paula no sabe que a mí no me importa que se enoje, que ponga esa expresión suya tan antipática y que parezca que me va a dar una torta, no, a mí sus labios me van a gustar igual, me gustan sus labios, sobre todo el inferior que es tan carnoso y tan perfecto al mismo tiempo, y si ella me lo sugiriera una milésima de segundo, sería capaz de besarla, y no solo una vez sino varias, y no solo varias sino todos los días, por la mañana, por la tarde y por la noche también, y tampoco sabe, la ilusa, que he fantaseado con ella, con los dos juntos en el parque por la zona oscura, sintiendo yo su cuerpo sobre el mío, o mejor, el mío sobre el suyo, los dos tirados en el césped. Dice algo, sí, y eleva la voz, y yo me imagino a los dos siendo ya mayores y recordando cómo nos enfadábamos cuando éramos críos, cuando yo le llamaba puta y ella venía a cantarme las cuarenta, me la imagino compartiendo un noviazgo conmigo de esos que duran toda la vida, como el que tiene mi hermana con su novio, sí, eso sería perfecto. Y bueno, al verla así gritando enfurecida no le voy a decir que he dicho “Qué puta, ¿no?” por no decir, “¡Mierda!” o “¡Jodido Martín, que le peten!” o “¿Por qué lo has hecho? ¿no ves que yo también existo desgraciada?”, por eso, cuando sus labios vuelven a ir cada vez más deprisa y parece que el mundo recobra su velocidad normal y Paula se transforma en una chica más y no sigue siendo Paula, la chica con la que fantaseo casi sin quererlo, entonces, escucho sus últimas palabras, “¿Que qué has dichos tú de mí”, y claro, no me queda otra que contestar: “¡Pues eso, que eres una Puta!”