martes, 20 de marzo de 2018

La forma del agua

Os voy a contar una historia. Estábamos en el viaje de luna de miel en Cuba, que hicimos en grupo y antes de la boda, justo como no se tiene que hacer una luna de miel. Pero el último día lo pasé junto a mi pareja, solos, en Cienfuegos, ya que el resto de acompañantes tenían que volver a España a prepararse para celebrar una boda: la nuestra. Esa noche medio llovía, y nos dimos un homenaje y visitamos el mejor hotel de la ciudad, un edificio colonial donde se bebía más barato que en cualquier pub de l'Eixample. Buscábamos lo que habíamos escuchado poco y mal durante todo el viaje, el verdadero son cubano. Lo encontramos en una terraza que se convirtió en mi Casablanca particular, llena de burgueses europeos -como yo en esa tesitura- con buena música de fondo. El concierto fue fascinante. Cinco veteranos entre los cincuenta y los setenta rescatando una tradición del siglo XIX que se proyectó medio siglo después y que ahora era un reducto entre la población local. Después de portarme como un groupie desatado, uno de sus músicos me preguntó si sabíamos inglés. "Yo te puedo ayudar, pero mi mujer mucho más". Me sorprendí en un momento absurdo hablando de mi mujer como tal, pero lo cierto es que aún no me había casado. El músico nos entregó una carta. La carta tenía una caligrafía hermosa, como sacada del baúl de otros tiempos. Databa del mes anterior, pero parecía ya una reliquia. El papel se doblaba torpemente en varias partes, casi queriendo esconder su intimidad. La historia de dentro era la de un músico cubano que se enamora de una turista china. La de una turista china que se enamora de un músico cubano. La de dos que se encuentran de forma inesperada y pasan unas noches mágicas. Ella no sabe español. Él no sabe chino. Ella sabe algo de inglés. Él ni una palabra. Poco o nada importaba. Aún así, la carta hablaba del momento en que se conocieron, de la maldición de volver a sus rutinas, de sus países tan cerca y a la vez tan lejos, de cuánto se extrañaban, de la imposibilidad aparente de volver a encontrarse. Pero ahí estaba él, aferrándose a esas palabras que, como lágrimas en la lluvia, caían lentamente desde los labios de una extraña. Pensé en ellos, vete tú a saber porqué, cuando vi la última película de Guillermo del Toro. Nosotros vivimos una en directo, en Cienfuegos, donde nada tenía sentido ni podía salir bien, pero puede que sea eso, precisamente, lo que llevamos la vida intentando explicarnos y nunca conseguimos. Eso que llaman amor.