*esta conferencia la impartí el jueves 5 de octubre de 2023 en la Universitat Jaume I, en la jornada: El narrador afónico, la víctima de la historia. Una aproximación a la literatura desde los Derechos humanos.
El trabajo es el leitmotiv de esta sociedad.
Dictamina el éxito de las existencias, condiciona sus horarios y organiza las vidas. Uno podría pensar que, con la cantidad de recursos existentes en la tierra, la ordenación de la sociedad podría realizarse en torno a la repartición de los mismos y una vida plácida para el conjunto de personas que poblamos el orbe. Pero no, nos organizamos en base al trabajo, que nos posibilita el acceso al dinero, que nos ayuda a pagar los bienes y servicios que necesitamos para subsistir física y emocionalmente.
Ese trabajo ha terminado conquistando la cuestión identitaria. Somos, en gran medida, lo que trabajamos.
Cuando vamos a una reunión social, solemos preguntar a las personas con las que nos reunimos a qué se dedica. Es el inicio de toda interacción social entre quienes no se conocen. A veces, es el fin también. Lo que nos llevamos a casa es ese “a qué te dedicas”. Y no alude, como hacía Perales, al tiempo libre (que por algo se llama libre), sino a qué dedicas tu tiempo de trabajo.
Nos define, pues, el trabajo.
Y el trabajo como espacio no suele ser un sitio agradable, por más que lo romanticemos en LinkedIn. Solo el 10% de las personas se dedica a algo para lo que siente vocación. Para el 90% de los trabajadores y trabajadoras es una fuente de frustración. El mismo porcentaje ha manifestado odio a su jefe u odio a su trabajo.
Es un espacio plácido -y ni eso- para una minoría de la población, rica y pudiente, ese 1% de la población que describe tan bien la serie Successión, que usa el trabajo para reafirmar su condición de clase y edificar en torno a ella su ego y autoaceptación. “Estoy aquí porque me lo merezco”, piensan, como si no tuviera nada que ver con la condición de clase.
Pero al margen de ese grupúsculo privilegiado, el trabajo es más bien un espacio hostil. Es, por ejemplo, una de las dos principales causas de suicidio en España. La precariedad, una gangrena social que llegó hace un par de lustros para quedarse, persiste en perforar las vidas humanas y desbaratarlas. Es causante de ⅓ de las depresiones en España. La precariedad es un veneno que te muestra el pasillo de la muerte.
La unión de trabajo, precariedad y salud mental fue novelado por Elvira Navarro en La trabajadora. En Asamblea Ordinaria, de Julio Fajardo se analizó cómo resquebraja la unidad familiar. En Final Feliz, de Isaac, se adivina cómo es el generador de una insatisfacción que mina el alma.
Siempre digo que la precariedad se ha perpetuado gracias a algunos factores esenciales:
La desectoralización, que consigue que se vagabundee de sector en sector, sin el asidero de la experiencia, sin la fortaleza de un grupo al que apoyarte. La trabajadora o trabajador precario es un ser solitario, desarraigado, que busca una pertenencia, cuando muchas veces su identidad ya es esa, la de nómada laboral.
La ausencia de sindicatos especializados. El descrédito sindical, al que aluden constantemente los poderes fácticos para debilitar a quienes pretenden ganar derechos laborales. Pese a todo, son las uniones de trabajadores y trabajadoras de los últimos años las que están marcando el camino de las luchas. Las kellys y trabajadoras del hogar, cuidadoras y cuidadores como relata con maestría Brenda Navarro en Cenizas en la boca. Los riders, como señala el ensayo “El Sindicalista infiltrado” son los principales focos de resistencia de un mundo donde los medios afines al poder han conseguido que la palabra sindicato huela a marisco y sepa a ingratitud.
No se conseguiría la perpetuación de la precariedad sin la inestimable ayuda del factor tecnológico, en manos de las mentes más narcisistas y cínicas de la humanidad, como Mark Zuckerberg o Elon Musk. Los valores de Silicon Valley, generados a lomos de una generación de egocéntricos heteropatriarcales, han inoculado en medio mundo el discurso de la autoayuda, resignificando el “Fracasa otra vez, fracasa mejor”, de Rumbo a peor, el texto de Samuel Beckett bajo un prisma neoliberal, y convenciendo a cientos de miles de incautos de que el fracaso es solo culpa suya.
La crisis del sentimiento de pertenencia y la solidaridad obrera. Eso que llamaba Arantxa Tirado, la sustitución de la clase obrera por conceptos como ciudadanía o clases medias. Y eso que entendió muy bien Ben Hamper cuando, en “Historias desde la cadena de montaje”, se halló convertido en el mismo currela del sector de la automoción, borracho y ansioso por la nube negra que trae el futuro, que ya fuera su padre una generación atrás.
Porque claro que sigue existiendo la clase social, bien lo saben los ricos que exhiben, bajo el paraguas maldito de la libertad, un sentimiento de clase infinitamente mayor que las clases obreras.
Como señala Naiara Puertas en “Al menos tienes trabajo” el principal problema de la igualdad de oportunidades y del ascensor social es que la tenemos asumida como aspiración social y nadie cuestiona la distribución del poder ni su ejercicio. Alguien que gana cuatrocientas veces lo que gana un trabajador, ¿por qué? Ocho horas al día, ¿por qué? Treinta y siete años de vida laboral, ¿por qué?”
A lo que añado:
- El 1% de la población mundial acumula el 63% de la riqueza producida en el mundo. ¿Por qué?
- Los trabajos de mayor remuneración los monopoliza la clase alta con su entramado de másters indispensables, enchufismo y experiencia que solo te dan si eres de clase alta. ¿Por qué?
- Seguimos infravalorando los “trabajos invisibles” que tanto valoramos y extrañamos en la pandemia de la Covid-19. Esos olvidados a los que se refería Isaac Rosa en “La mano invisible” ¿Por qué?
- ¿Por qué hay comunidades donde más de la mitad del profesorado universitario es asociado y cobra entre 200 y 800 euros? ¿Cómo podemos denunciar en este mismo espacio y que desde las direcciones de los centros no se haga nada al respecto? ¿Por qué?
Y otras de carácter existencialista:
¿Por qué muchas amistades me ven como un loco por querer trabajar menos?
¿Por qué mis padres se ponen nerviosos si no tengo trabajo pero no les sucede igual si tengo el alma roída?
¿Por qué el trabajo es mi tema literario si cuando empecé a escribir era lo último que me interesaba?
La vulneración sistémica de los derechos de la fuerza laboral en el mundo atiende, como señala, la Organización Internacional de Trabajo a cinco focos principales:
la libertad de asociación y la libertad sindical y el reconocimiento efectivo del derecho de negociación colectiva.
la eliminación de todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio.
la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación.
un entorno de trabajo seguro y saludable.
la abolición efectiva del trabajo infantil.
Hablemos brevemente de ellos.
La persecución sindical
Según el Índice Global de Derechos de la CSI (Confederación Sindical Internacional), en el 79% de los países se vulnera el derecho a la negociación colectiva.
Cuando inicié mi malograda aventura sindical a la que aludo en “Yo, precario”, un viejo amigo sindicalista me enumeró las etapas por las que pasaría la dirección de la empresa hasta fulminar mi carrera en la organización. Estupefacción, ira, acoso y finalmente un goteo incesante de actos mínimos que conformarían un todo y que me minarían la moral. Así fue hasta mi renuncia. Recuerdo que estaba tomando una cerveza y me reí con sus ocurrencias. Lo cierto es que cumplieron todas sus predicciones.
En la obra “El trabajo mata”, de Prolongeau, Delalande & Mardon vemos cómo las dinámicas empresariales ahogan y asesinan a sus empleados y empleadas tienen mentes pensantes detrás que entienden a las personas como naranjas que triturar para sacar todo el jugo posible.
En los espacios tech que remedan el estilo de Silicon Valley, marcado por una visión patriarcal de la sociedad, la presión sobre el trabajador o trabajadora se acrecenta. La resiliencia es prestigiosa. Las personas son entendidas solo desde la lógica productivista. A los sindicatos, ni se les espera en el ámbito tecnológico (repasen los datos en España).
Solo las protestas en cuestión de género que en el fatídico año 2018 llevó a las mujeres de Silicon Valley a rebelarse contra los abusos y el acoso sexual en las tecnológicas, abriendo la puerta de lotros protestas colectivas. ¿Habrá un futuro colectivo en un gremio tecnológico marcado por la feroz competencia, la rotación excesiva y el individualismo que se efectúa detrás de una pantalla? En Valle inquietante, Anna Wiener dibuja un panorama muy triste, que en Disrupción, el periodista Dan Lyons confirma. Si quieres que te sorban tu alma, déjate llevar por la promesa tecnológica de Silicon Valley.
Respecto a la persecución del trabajo forzoso u obligatorio.
Queda mucho por hacer.
El trabajo doméstico y la construcción son los trabajos que en este país más soportan el trabajo forzoso. No anda a la zaga el sector de la restauración. Negarte a trabajar es irte despedido a casa, una forma más de extorsión laboral, de chantaje vital. La trata de personas es, lamentablemente, una realidad en el país más putero de Europa, España. Una explotación sexual que va desde el viejo burdel hasta técnicas más sofisticadas gracias a la introducción de la tecnología.
Y no hay que olvidar otro universo de la explotación, la autoexplotación. Gran parte de los derechos como trabajadores se basa en el uso torticero de la vocación. Trabajamos mucho, demasiadas veces y demasiado frecuentemente, gratis. En su fantástico ensayo El entusiasmo, Remedios Zafra, nos conduce en un viaje brutal sobre cómo los trabajos creativos conllevan una serie de abusos y penurias que solo se pueden tolerar con el frío manto de la vocación de por medio. Decía la autora, en algún momento de la historia, hablar de dinero cuando escribes, pintas o compones una canción, fue encontrado de mal gusto.
Lo cierto es que los autores y autoras vivimos en un mundo precario, opaco y muy mal pagado donde la recompensa por hacer girar la rueda del pensamiento es ínfima o inexistente. Los libros de mayor ambición no figuran en los escaparates, pues pueden hacer las preguntas inoportunas
Pero no hace falta hacernos el harakiri desde la literatura, podemos ver el caso de nuestros vecinos y vecinas del mundo audiovisual. Soportando jornadas maratonianas, a menudo ilegales, personas explotadas en muchas ocasiones por esos mismos directores que, delante de una cámara claman por una sociedad más justa. El glamour de un mundo magnético y glamourizado, donde la fama cuenta más que la dignidad, conduce a la explotación de manera tristemente habitual. Las horas extras sin pagar es una constante en el sector.
De eso entiende mucho el gremio hostelero, sometidos a constantes abusos, como denuncia cada día la cuenta SoyCamarero en Instagram. O Alejandra de la Fuente, la centennial ensayista que asegura en “La españa precaria” que más de la mitad del empleo del país es precario.
La eliminación de la discriminación.
Pero si hay problema incrustado en la sociedad, esa es la discriminación. Y la discriminación tiene rostro de mujer. La mujer en los países de la UE trabaja fundamentalmente en el cuidado y la educación preescolar, los cuidados de enfermería, la educación (sobre todo a nivel primario), las labores de secretariado y el trabajo doméstico y de limpieza. Soportan emocional y físicamente a una ciudad que ha descuidado su humanidad.
La manera de “compensarlo” es con una brecha salarial del 20,9%. Si presenta un mínimo estrechamiento de la brecha es porque los salarios mínimos han subido, pues hay muchas mujeres con el salario mínimo. La mujer tiene más paro. En 2022 existe un 3,29 puntos entre las tasas de paro de ambos sexos en el último trimestre del año pasado. El 73% de las mujeres, es decir, unas 2.045.600, frente al 27% de los hombres (736.100) estaban ocupados a tiempo parcial. El 95% para cuidar a personas dependientes. Las mujeres tienen menos contratos indefinidos. Ocupan menos puestos directivos (38%). España es el país 17 del mundo en cuanto a paridad de género.
Por no hablar de las personas trans, donde más de la mitad de las personas están en el paro. La iniciativa Yes We Trans de FELGTBI+ (Federación Española LGTBI+) trata de reducir una lacra que conduce a muchas personas a la prostitución y la exclusión social, solo por el hecho de pasar por un proceso de transición de género.
Y no olvidemos los sesgos por etnia, por procedencia, por edad (es lo que llamamos hoy edadismo), los sesgos culturales o el abandono de las personas con discapacidad. A menudo las empresas solo les hacen caso para lavar su conciencia.
No solo estamos rodeados de discriminaciones y sesgos, sino que se nos presenta un futuro que discrimina. Con el acceso tecnológico al trabajo, o el impacto de la IA generadas bajo patrones que dejan fuera a las minorías, entre ellas personas con discapacidad auditiva o visual.
La sociedad tiene el reto de eliminar la discriminación y los sesgos usando la tecnología como aliada y no como un acelerador de brechas de todo tipo.
¿Entorno saludable?
Hablemos de siniestralidad. En España 826 personas fallecieron en accidentes de trabajo en 2022, 84 trabajadores más que en 2021, según los datos del Ministerio de Trabajo. Supone un aumento del 11% respecto a las víctimas totales del año previo, el mayor salto registrado en la serie histórica. Solo en enero de 2023 las víctimas de accidentes fueron 63 personas. No solo eso, los siniestros ‘in itínere’ de carácter grave se incrementaron un 4,6%, llegando a un total de 751 accidentes. Personas que quedan afectadas o impedidas el restos de sus vidas.
Según los informes anuales de la Inspección de Trabajo, hay un aumento sustancioso de las infracciones de las empresas en los últimos años. La ratio de incumplimientos en prevención de riesgos del total de accidentes investigados está escalando y en 2021, último año con datos disponibles, alcanzó casi la mitad, el 43%. En “El calentamiento global” de Daniel Ruíz se retrata la tremenda hipocresía de los responsables de recursos humanos, que ya lo dice la palabra, entienden como recursos a las personas y se ponen del lado de patrón. Sus palabras favoritas: productividad, eficiencia, eficacia, desarrollo y demás jerga neoliberal.
Trabajar es cada vez más inseguro y condena a luchar a las familias por el apelativo “accidente laboral” para mitigar, siquiera un poco, el dolor de vivir sin sus seres queridos.
En conclusión. Los derechos humanos se vulneran en todos los ámbitos que analiza la Organización Internacional del trabajo, y son las luchas colectivas las que van ganándole terreno a los abusos. No es nuevo, no vamos aquí a descubrir la pólvora, pero tampoco vamos a mirar hacia otro lado ni a pintar un futuro de color cuando el horizonte pinta gris.
En el trabajo, los derechos se sufren, se sudan y se conquistan. Y se hace luchando en conjunto. Es así desde tiempos inmemoriales.
Decía Pizarnik: "La verdad: trabajar para vivir es más idiota que vivir. Me pregunto quién inventó la expresión ¨ganarse la vida¨ como sinónimo de ¨trabajar¨. ¿En dónde está ese idiota?"
Pues aquí estamos, Alejandra. Un poco idiotas todavía.
Lobotomizados y lobotomizadas por esa maquinaria al servicio del poder encargada de hacerle un traje perfecto al trabajo, de presentarlo como algo que da dignidad, prestigio y reconocimiento social, y asegurar que el estajanovismo nos llevará a la plenitud.
Pero tenías razón, la vida, por mucho que hablemos, se gana más allá del trabajo.
La vida se gana en esos contados momentos de felicidad que atesoramos, se gana viviendo a nuestra gente, viajando por lugares que te den pellizco caminarlos, viendo las maravillas a veces infinitamente pequeñas y a veces grandilocuentes de este mundo, enamorándote y des-enamorándote,
qué se yo, disfrutando de la lotería de la amistad, de una mesa redonda con un vino en el centro, escuchando esa canción, usando este tiempo contado para comprender un poco mejor la absurdez y el privilegio de estar vivos.
Solo así, después de 40 años, siento que me gano la vida.