jueves, 29 de septiembre de 2011
El embudo
Llevo días triste, como si viviera embutido en un absurdo. Sinceramente, no entiendo cómo hemos llegado a estar dónde estamos. Cómo hemos combinado los elementos para que cada día seamos un poco más desgraciados. Para que seamos más pobres. Para que nuestras ilusiones nazcan muertas. Leo los periódicos y veo al mundo tirar su humanidad por el retrete buscando justificaciones para ello. Salgo a la calle y noto a la gente más desconfiada, individualista, peores personas. Los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. La ley de la selva y del sálvese quién pueda campando a sus anchas. Dice mi hermano que es el momento de ser optimista y remar más que nunca. Admiro su entereza. Por supuesto que hay gente buena y proyectos que merecen la pena. He pensado en escribir sobre ello pero ni siquieran me salen metáforas. Solo palabras heridas. Creo que he llegado al límite mi escepticismo. Me cuesta creer que el mañana será mejor. Y, claro, así no me gusto. Ni pizca.
La verdadera aventura
Eres la aventura de mi vida, dijo ella. Él no comprendió si de todas las relaciones extramatrimoniales que había tenido, era el mejor valorado, o si se trataba de mucho más que eso, de la aventura en el concepto mágico de la palabra, de lo más estimulante, intrépido e inesperado que le podía estar sucediendo. Si era lo primero, fortalecería su orgullo, se iría contento a casa y poco más, pero si se trataba de lo segundo, debía elegir entre poner fin a eso o desatar su amor, secuestrado hace tanto tiempo y tan dormido que, quizás, ni el mayor de los estruendos fuera capaz de despertarlo.
miércoles, 28 de septiembre de 2011
Manos arriba
Aquí debería ir un cuento. Pero esta noche, al regresar a casa, un ladrón me asaltó y, a punta de pistola, me dejó sin literatura. Al principio intenté evadirlo siguiendo mi trayectoria, e incluso pensé en echar a correr. Solo que me fue cerrando el camino hasta arrinconarme con una actitud notoriamente violenta. Empujándome, me dijo que sacara mis cuentos y se los diera, que sí tenía alguna novela, también, y que lo hiciera rápido, que no tenía toda la vida. Yo obedecí, qué remedio, en pos de salvar mi vida. El ladrón, enojado, me gritaba, “¡Las ideas, dame también las ideas!”. Así que le fui contando unas pocas que rondaban últimamente mi cabeza, y de las cuales ahora no recuerdo nada. “¿Solo tienes esto?”, preguntó. Decepcionado, amontonó su botín y salió corriendo, dejando algunos microrrelatos esparcidos por el camino.
Un libro abierto
Dejó el libro abierto encima de la mesa, e imprudente, marchó de vacaciones. A su vuelta, la casa estaba poblada por sus personajes, de los que solo conocía el comienzo de su historia. Les preguntó qué hacían allí pero cada uno tenía su propio punto de vista y era imposible ponerlos de acuerdo. “Ya os pondrá de acuerdo la novela”, les dijo, “vuestra vida al fin y al cabo”, y ellos, ofendidos, se fueron marchando desairados y casi sin despedirse, convencidos de que podrían reescribirlo todo.
La mala muerte
domingo, 25 de septiembre de 2011
El espacio robado
Ayer, en un despiste, dejé la puerta de la calle encajada, sin cerrar del todo. Al volver, me di cuenta que si hubieran entrado a robar en casa y se hubieran llevado lo que me pertenece, no echaría absolutamente nada de menos. Que me daban igual todos esos posters, los libros, el ordenador y la ropa que tengo guardada. Que de alguna manera, todo lo que de verdad me importa está en otros sitios o lo llevo conmigo, muy dentro, donde nadie puede siquiera tocarlo.
sábado, 24 de septiembre de 2011
Un amigo me contó que existía el amor
Convencido de que existía eso que llamamos amor, mi amigo fue contando su buena nueva a todo el mundo. Conocía el amor e iba a enseñarlo, porque, qué era de un amor si no podía ser compartido. Lo pregonaba como si fuera un bien comunitario. Y resulta que no, que ni lo suyo era tan común ni era considerado como una buena nueva. La gente, más bien, se lo tomaba como una afrenta, como una tomadura de pelo, como si diciendo que conocía el amor estuviese diciendo al mismo tiempo que les era ajeno a todos los demás. Pronto fue tachado por igual de presuntuoso, de ingenuo, de soñador, de insensato, de hipócrita, de colgado, de mentiroso… Cuando quiso acordar mi amigo estaba solo. Hasta yo dejé de hablarle, aunque no sé muy bien porqué. Tuvo que parecer desdichado para que la gente volviera a dirigirle la palabra. El otro día me lo crucé en el supermercado e iba acompañado. De su pareja, claro. Cuando le pregunté qué tal estaban juntos, él me dijo que no estaba muy allá, que aguantaba un poco por capricho, que era muy difícil eso de mantener una relación y, que en el fondo, estaba pensando en dejarlo.
viernes, 23 de septiembre de 2011
Un amigo me contó que no existía el amor
Un amigo me contó una vez que no existía el amor, que era un invento. No del Corte Inglés, pero sí un invento que habían perpetrado los hombres y las mujeres para sentirse importantes. Los hombres para las mujeres y las mujeres para los hombres. Y también los hombres para los hombres y las mujeres para las mujeres. Sea como fuera, no era más que un invento, como cualquier otro. Según me dijo, al principio nadie se amaba, nadie hacía juegos extraños para sentirse en el ojo del huracán, nadie espiaba a nadie, nadie cambiaba su aspecto, ni su carácter ni su mentalidad por asediar un propósito, nadie traicionaba a nadie ni se traicionaban a sí mismo y nadie se sentía vacío e insatisfecho como si fuera una cáscara de fruto seco, una carcoma, una caricia de la desidia. La gente tenía otras costumbres, decía con tremenda seguridad, se acostaban más a menudo sin ese lastre que significa el tira y afloja de la seducción, se decían menos verdades relativas y mentiras piadosas, se daban más pasos de verdad y menos pasos en falso, y todo resultaba real y auténtico, puro aunque doloroso, genuino y sincero. Mi amigo está ahora enamorado, lo veo pasear con su novia cogiéndola de la mano y rodeando con el brazo su espalda, protegiéndola de todo mal. El mal del mundo, quizás. El mal que ellos mismos han generado, me digo yo, y me hago a la idea de que si le recuerdo sus palabras dirá que él nunca dijo eso, que eso sí que era una mentira, o peor, fingiría no conocerme y se haría el despistado, como si el amor le hubiera hecho un lavado en el cerebro, como si le hubieran secuestrado, como si después de un tiempo, le hubieran cambiado por otra persona.