lunes, 30 de julio de 2012
El salto
Se había entusiasmado en el momento más inoportuno, como
hacen los niños pequeños. La fina vereda del triunfo era caminar las normas que
le dieron entre el médico y el preparador. Ya había funcionado otras veces. Y
es que hacía tiempo que la pértiga no le llevaba a lo más alto. Lo hacía el público
con la droga de los aplausos y lo hacían los anabolizantes, cada vez más
sofisticados. Salvo error mayúsculo, ganaría un título para la eternidad. Creía
tenerlo todo controlado hasta que apareció ella. Muchos le habían advertido de
los peligros de la Villa Olímpica, de sus reuniones destrangis, de los tiempos muertos que en realidad eran cuando se
sentían vivos, de la otra olimpiada. No les hizo caso y ahí estaba, enamorado
hasta las entrañas, mezclando en la sangre los privilegios químicos con el
nervio puro del amor. Así, cada salto hacia el cielo y cada eliminatoria significaban
más tiempo juntos y el metal casi acariciándole el cuello. Pero también una
perdición, los ojos esmeralda no perdonan infidelidades.
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