La primera vez me falló la bici. No sé porqué cojones la
federación no contrata técnicos de la casa para que preparen el material oficial.
Bueno sí, por ahorrarse dos duros. Pero al segundo pedaleo, la cadena fuera. Y
esa gente se va de rositas pero yo me quedo sin medalla. La segunda olimpiada,
fue el bañador. El bañador que usaban algunos era del primer poliuretano y el
mío era textil, más antiguo que los bañadores de los años cincuenta, más pesado
que mi novia, una rémora, un lastre. Fui perdiendo tiempo en natación cuando
iba líder destacado y al final, lo de siempre, un mísero diploma. Para qué
quiero yo un diploma si el dinero de verdad está en las medallas. A la tercera,
el problema fueron los tacos y la humedad. Alguien había mojado la entrada al
estadio y ahí resbale con tan mala suerte que me dañé la rodilla al caer.
Todavía no han hecho una investigación al respecto, ni la van a hacer, claro. Me levanté veloz como un
puma pero ya era tarde, los demás pasaron por encima de mi a la velocidad de la luz. Este año
parecía que todo iba a salir bien, pero ya estoy mayor. Mi cuerpo no es el que
era. Mi mejor época la he pasado de infortunio en infortunio. Y es que a
cualquiera que se lo cuente no me cree, el mayor potencial de la disciplina
pasará de forma mediocre por los libros de historia. Me ha mirado un tuerto,
pero yo he sido el mejor todos estos años.
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