Mientras el atleta, tras cuatro años de preparación, se enfrentaba
a su ser o no ser, una barra de halterofilia de 188 kilos de peso, y la agarraba
desde la base y la alzaba en un poderoso esfuerzo hacia el cielo de cemento,
batiendo de paso el record nacional y bajo la miraba solitaria y cómplice de
sus padres, los periodistas corrían detrás de los medallistas de
otros países y de otras disciplinas como sabuesos sedientos, dejándose llevar
por la irremediable hipnosis de los metales.
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