Mientras el encapuchado y los tres policías golpeaban al
manifestante en la espalda y en el cráneo y en las piernas y en otros lugares
de su cuerpo, mientras éste se acurrucaba y se volvía sobre sí mismo con un sucio
ovillo de lana, el fotógrafo, a un lado
de la reyerta, pensaba que por fin había captado la esencia de lo que allí
estaba sucediendo, que quizás con esa fotografía su carrera podría ser más
notoria, que el verdadero conflicto social lo estaba retratando él, que por una
vez, el mundo, debería darle las gracias.
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