El joven deambulaba entre la lectura y el sueño sobre el
libro de texto cuando dobló con el codo la página que estaba leyendo de manera
que, apaisándose con la siguiente, la Historia era capaz de leerse de nuevo y
ya no resultaba la que decía ser, sino otra completamente diferente. Así sucedía
siempre que repitiera el procedimiento con las hojas de dos en dos, como si el
pasado pudiera resumirse en la mitad de tiempo de una forma desconocida. El
joven quedó atrapado con todo lo que acontecía detrás del telón, y no lograba
parar de leer. Tampoco quería, pues estaba sabiendo de guerras que no eran la
suya, de secretos de estado y de visiones panorámicas. Buscó en los créditos el
nombre de la editorial pero su libro parecía creado por fantasmas y no halló ni
una sola referencia. No era nuevo, lo había heredado del amigo de un amigo al
que ya había perdido la pista. Se preguntaba si no era eso precisamente la Historia,
una herencia caprichosa a la que no había más remedio que esforzarse en
interpretar si se quería saber, por fin, qué demonios era lo que estaba
sucediendo.
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