Los pocos inocentes que quedaban, trabajaban para la fábrica de mentiras. Les aseguraron que las máquinas que tenían bajo su responsabilidad fabricaban ideas para hacer un mundo mejor. Debía ir muy mal la cosa, solían pensar, ya que cuando salían afuera, el mundo parecía cada vez más gris, como rodando hacia un precipicio infinito. Pero para ellos no era más que un acicate, y se esforzaban multiplicando su productividad y haciendo horas de más con tal de evitar una catástrofe.
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