Es duro saberse la única preocupación de alguien. Para mi padre, su única preocupación somos nosotros: sus hijos. Por lo demás, el hombre es razonablemente feliz. Se jubiló hace poco después de intentar cambiar el mundo porque entendió que para cambiar algo, lo mejor era hacerlo tú mismo y la manera, era empezando por tu entorno. Me sorprende que mi padre haya sobrevivido tanto tiempo en el nido de víboras que se hallaba inserto. Puede que porque su bandera siempre fue la honestidad y porque a nadie le procuró mal, más que alguna vez a sí mismo. Ahora, todas las mañanas sale con mi madre a desayunar a un bar y rastrean el barrio hasta hallar el lugar perfecto. Bueno, rápido y barato, es su lema. Supongo que verse desayunando cada día con la mujer que le ha acompañado más de media vida debe ser lo más parecido a la plenitud que existe. Y que, quizás, la felicidad tenga la figura bajita, rechoncha y adorable que tiene mi madre.
A veces pienso que nos hemos convertido en sus antagonistas. Que igual que él partió de la pobreza para llegar a donde ha llegado (tiene ahorros, una casa en propiedad, tres niños que cursaron y aprobaron estudios superiores y una mujer que le respeta y admira), nosotros parecemos destinados a vivir el camino inverso. Partimos de un lugar de privilegio y poco a poco nos vamos hundiendo en este lodo de mediocridad que nos ha tocado vivir. Cada vez somos menos lo que proyectamos y estamos devaluados en esa gran bolsa de mercado en la que se ha convertido la vida. Quisiera darle una explicación de todo esto, pero me he hallado aquí y así en un abrir y cerrar de ojos, y sinceramente, he estado tan ocupado viviendo que no tengo las respuestas. Es más, ni siquiera comprendo las preguntas. Hoy lo hablábamos a la comida, en menos de la mitad del tiempo que podrían durar nuestras vidas, suponiendo que morimos de causa natural y siendo ancianos, ya sabemos que no somos lo que nos hubiera gustado ser. También que casi nadie lo está logrando y que casi nadie nunca lo ha logrado, pero el mal de muchos es un consuelo de tontos. En fin, no podré ser un padre joven ni un hombre que encontró lo que estaba destinado a ser, ni tendré un amor para toda la vida porque ya me quitaron, poco a poco, trocitos de eso que me cabalga en el pecho. No tengo, ni tan siquiera, un empleo estable ni un espejo que me devuelva optimismo. Y no me sabe mal por mí, que este año, que puede que haya sido el año más difícil de mi vida (dejé un proyecto de empresa, me dejó un amor y nos dejamos, por momentos, la ilusión y yo como dos extraños que viajan en vagones distintos del mismo tren), he sido bastante feliz, he conocido gente maravillosa y me ha acariciado, con todo, la cara amable de la vida; me sabe mal por él. Porque el hombre se levante y piense en qué ha hecho para merece esto, haberlo dado todo y que la vida le conteste así, tan déspota, con hijos que naufragan y que no pueden ser lo que ellos anhelan ser. Serán las contraindicaciones de la existencia y habrá que aceptarlo, qué remedio. Pero bien me gustaría que, más pronto que tarde, pudiera yo encontrar un oficio y la estabilidad precisa para que llegue el día en que mi padre, sin saberlo e imperceptiblemente, se preocupe únicamente por el sabor del tomate de tal o cual tostada, si le sirven el café caliente, muy caliente o templado como le gusta a él, si le colocan la aceitera en la mesa o si el desayuno cuesta, más o menos, los 1,80 por cabeza que tenía pensado gastarse.
Esto me dejó dos cosas: un nudo en la garganta, y la certeza que sos una persona maravillosa. Debo decirte que en el oficio de ser padres, a veces un tanto duro, la preocupación por ustedes permanece toda nuestra vida. No lo podemos evitar. Me vino a la mente la canción de Serrat: "Esos locos bajitos", "Palabras para Julia" de Paco Ibáñez, y el poema de Benedetti "No te rindas". Un abrazo muy fuerte, con la esperanza inclaudicable que las cosas cambiarán, que deben cambiar, y que no hay mal que dure 100 años.
ResponderEliminarSeguro. Yo soy irremediablemente optimista Cristina. Es raro que algo me afecte hasta el punto de desmejorarme el ánimo general por las cosas que tengo que vivir. Pero a veces, ya la preocupación no es por tí, sino por lo que te rodea. Seguiré tus consejos musicales. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarDices que eres irremediablemente optimista y sin embargo hablas del futuro que no podrá ser. Alguien optimista centraría su discurso en lo que quiere y en qué está haciendo para conseguirlo.
ResponderEliminarLa verdad es que Cristina tiene razón. El rol de padre lleva implícito una preocupación de por vida.
Hay algo que me ha gustado especialmente y me hace ver que habrá galope sin duda. Es eso de que lo más parecido a la plenitud que existe debe ser verse desayunando cada día con la mujer que te ha acompañado más de media vida.
Esta frase me la guardo.
Un besazo.
Carmen.
Carmen, qué bueno verte por aquí :). Igual que soy optimista (en serio, me considero así), soy muy nostálgico. A veces, como dice Sabina, soy nostálgico de la peor manera, añorando lo que nunca jamás sucedió. Me hubiera gustado otro presente, las cosas como son. Pero tampoco soy un infeliz, muy al contrario. Y creo que, dentro de mis posibilidades, estoy haciendo todo lo que puedo para ir a dónde quiero y cómo quiero, si no, por ejemplo, no estaría en esta ciudad.
ResponderEliminarA mi padre ya no lo cambia nadie, ni a él ni a sus preocupaciones (nosotros, sus hijos). Lo mejor de todo es que, después de mucho tiempo, he aprendido a respetarlo y quererlo de esa manera, y lo acepto como es.
Y lo de la frase final, pues qué quieres que te diga, soy un romántico :P.
Un beso guapa.