Menos mal que me he despertado, le dijo a su mujer mientras desayunaban tranquilamente en la mesita de la cocina, porque he soñado que el país se iba a pique y era poco más que un infierno. Soñé que el dinero era sinónimo de todo, que nuestra moneda era una quimera, que los políticos eran fiambre, los artistas unos mercenarios, que los salvadores de la patria eran corruptos y que a los periodistas se les había olvidado el periodismo, que la gente no creía ni en el amor ni, por supuesto, en ellos mismos pero sí en la ley del más fuerte, es decir, en la ley del que pisa al otro, que cada vez había más diferencias entre los de aquí y los de allá y que esas diferencias eran irreconciliables, y también que, como un veneno que había consumido todo el mundo, nadie tenía trabajo y los más jóvenes parecían zombis que se pasaban el día frente al ordenador o deambulaban de un lado a otro, sin saber qué hacer, dónde ir y cómo enfrentarse a todo eso. ¿Podrías imaginarte un mundo así?
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