Cuando a Regla, siendo todavía una niña, le castigaron en clase no por lo que había hecho, sino por lo que sus compañeros decían que había hecho (alguien lanzó el rumor de que ella había escondido en su mochila las muñecas de otra alumna, y otro alguien lo corroboró, dijo que así había sucedido, y de esa manera se formó una mentira tan infesta que todo el mundo aceptó como verdad), se dio cuenta de que la opinión de la gente era lo que realmente importaba. Con el tiempo, su afición a las encuestas, estudios e investigaciones respecto a las corrientes de opinión, se hicieron tan habituales que se convirtió en una manera de entender la vida. Las encuestas le enseñaron a conocer mejor el entorno y captar opiniones acerca de cualquier tema, por insignificante que pudiera parecer. De alguna manera, las encuestas le abrieron el mundo como un abanico de sensibilidades.
Así, lo que el grueso popular opinaba, lo tomaba casi como un dogma de fe. Si iba a salir, por ejemplo, encuestaba a sus amigos a través de las redes sociales, ¿cine o pub? ¿Playa o montaña? Si tenía tiempo, aún salía a la calle para consultar asuntos de mayor calado, ¿Qué carrera aconsejaríais hacer a una chica de tales características? ¿Debería dejarle caer a Jorge, que quiero ir al cine con él, siendo que solo lo he visto dos veces con anterioridad?, dilemas propios de la adolescencia, ¿Cuál es la media de la paga semanal que reciben al mes los adolescentes por parte de sus padres? ¿Era normal su privada afición por leer relatos eróticos?, o simples caprichos para los que tenía que elegir un público específico, ¿con qué ropa salgo hoy? La propia naturaleza de sus preguntas exigía destinatarios concretos.
La opinión de anónimos era, por lo general, tenida más en cuenta. La estadística revelaba la cercanía como un avivadero de mentiras piadosas y la distancia guardaba ese perfume de sinceridad que, con el tiempo, había comenzado a distinguir. Por eso le gustaba armarse con carpeta, papel y bolígrafo, y patear la calle buscando una voz desconocida.
Cuando creció, Regla descubrió un fenómeno por encima de las encuestas. Algo así como el súmmum del fenómeno demoscópico: La opinión de los expertos. Había leído en muchos foros al respecto, y coincidían en que eran opiniones cuasi definitivas respecto a cualquier cosa, que creaban tendencias de comportamiento social. Pero, ¿Cómo averiguar si era cierto? Regla realizó una ambiciosa macroencuesta con tal de comprobarlo. Y resultó que sí, que los expertos tenían una influencia tan enorme en el orden de las cosas que era incapaz de entenderlo. Eran, además, grandes pronosticadores y agoreros, videntes contemporáneos.
Fue como descubrir la habitación secreta de una lujosa mansión. Comenzó a aficionarse a esa guía indeleble que era la opinión de los expertos. Si tenía problemas con su motocicleta, Regla acudía a los mecánicos más conocidos del barrio, si su problema era usar, o no, rímel para la noche del sábado, entonces telefoneaba el viernes a las amigas o conocidas de mayor conocimiento del mundo de la estética. Si necesitaba apoyo sentimental, recurría a sus mejores amigas, en definitiva, las que mejor la conocían. Se autoindujo al terreno de los entendidos sin apenas darse cuenta. Ya solo recurría a las encuestas para asuntos triviales o por mera costumbre, pero cuando le afectaba un asunto trascendente, entonces eran los expertos quiénes dictaban sentencia.
Todo cambió cuando se enamoró de Nicolás. Tenía una mirada tan penetrante que no hicieron falta estudios que lo constataran. Era especial, como una verdad inquebrantable. No había doble rasero en sus gestos ni en su manera de tratarla, venía puro de algún lugar que necesitaba averiguar. El chico nuevo de la clase era también el chico nuevo de sus pensamientos.
Pero era, además, difícil de abordar. Los sondeos que realizó a pie de patio, fueron infructuosos. Ni uno de los consejos extraídos posteriormente, sirvieron para ganarse un trato de favor de Nicolás. Las encuestas, que lo tildaban como un chico sensible y leído, erraron cuando actuó en consecuencia y le envió una anónima carta de amor o le dejó un cómic de Spirou. Ni mencionó la carta a su grupo de amigos ni le gustaron las historias de Franquin.
Los expertos también erraron en sus consideraciones. Pronosticaron un gradual acercamiento, en torno al mes de marzo, y llegó marzo y la cosa seguía tibia y su amor resultaba cada vez más difícil de maniatar. Especularon sobre la posibilidad de enviarle un mensaje al móvil, y después de hacerlo, la cosa no avanzó ni un milímetro. Por mucha fe que les tuviera, lo cierto era que la opinión de los expertos la estaban conduciendo al desastre. Regla se desesperaba, pero ya avisaron las encuestas de lo imprevisible que era eso del amor. ¿Tanto como para sobrevolar todas las escalas de actitud, cada estudio, cada barómetro a los que acudía? Supuso que sí.
Así que una mañana, después de un sueño inquieto, decidió que no tenía mucho más que perder y que era buen día para traicionarse. Se vistió como vino en gana y salió a la calle buscando a Nicolás, ajena a cualquier opinión. Sabía tanto de él que no tardó en encontrarlo. Cuando lo tuvo enfrente, sin un guión ni sondeos en los que ampararse, hizo lo único que podía hacer, dejarse llevar por lo que le dictaba el corazón. Le salió un discurso desenfrenado que surgía del fondo del estómago. La cara de Nicolás mutó como un poema indescifrable. Extrañamente, se sintió bien. A Regla, después de tanto tiempo, no le sirvieron las reglas.
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