El pescador fue a recoger la caña, que parpadeaba a tirones de la buena nueva al otro extremo de la barca. Cuando calibró la resistencia y se veía ya con una buena pieza, apareció en su lugar una sirena. La había capturado enganchando su mitad pez, por donde sangraba copiosamente. La sirena tenía el rostro dolorido y horrorizado de una adolescente. El pescador le lanzó de inmediato una toalla para que obstruyera su herida. Yo no quería, dijo, yo lo que quería era simplemente pescar, que es lo que he hecho toda mi vida para poder vivir, conseguir el pez más grande y sabroso que pudiera albergar este mar, de veras, no quería hacerte daño. Ofreció su mano a la sirena y se acercó cuidadosamente, pero ella ni pudo contestarle pese a que le entendía perfectamente ni supo aceptar su bienintencionada disculpa, pues en su cabeza aún resonaban aquellas crueles frases sobre su relación con los peces: que si quería pescar al más grande, al más sabroso, que si siempre había vivido a su costa…
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