Cuando sonaron los primeros acordes, notó como su cuerpo se destensaba. La canción le iba causando parecidas sensaciones que otras veces, solo que hoy, que estaba sensible, llegaba un poco más allá. El brazo se le fue descomponiendo con la primera sucesión de acordes. La carne, pesada, arrastró los huesos hasta hacerlos llegar al suelo como lo que ya eran, un conjunto independiente. Miró, desde la distancia, cómo sus brazos se hacían polvo con cierta lástima, engullido por esa melodía pernicisiosa. Sus piernas, guiadas por un orden desconocido, flaquearon hasta tirar por otro lado. Dejaron a su tronco descansando sobre la silla y se difuminaron al mismo tiempo que sucedía el estribillo. Rememorando los acordes iniciales, en la segunda estrofa, fue perdiendo la cadera y la poca cintura que le quedaba. El sonido le llevaba a derretirse con una pulsión que partía del estómago. Quedaba muy poco de sí cuando fue llegando el riff final. Su pecho se desvanecía al ritmo triste de un corazón que latía abandonado. Desde el lomo de la silla, miró a su alrededor al tiempo que sonaban las últimas notas. Solo le quedaba la mitad de la cabeza. El sonido, poco a poco, fue bajando su volumen. Pensó que esa música, definitivamente, le estaba consumiendo.
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