Irene no me la chupa. Lo cual es un gran problema precisamente ahora, que es el tiempo de decidir si nuestra relación irá para largo o se quedará sólo en un ligue pasajero. Al principio todo iba bien, practicábamos mucho el sexo, a razón de seis o siete veces por semana, en diferentes emplazamientos y con la pasión irrenunciable de las primeras veces. Eso, teniendo en cuenta que había muchos días que, por cuestiones sociales, de trabajo u otros avatares de la vida, ni siquiera nos veíamos, no estaba nada mal. De las seis o siete veces que nos acostábamos, al menos dos o tres me la chupaba, lo cual no era demasiado, pero sí suficiente. Un 33,3% de sexo oral es un margen relativamente aceptable dentro de las necesidades de un macho. No os voy a engañar, existen mundos mejores, llenos de color y pájaros dibujando figuras amables en el firmamento, pero también otros infinitamente peores, poblados de cuervos y teñidos de un color grisáceo. Lo que quiero decir, es que con eso me conformo. El caso es que nada parecía indicar, que de dos meses a esta parte, y cuando tan sólo llevamos cuatro juntos, iba a abandonar casi por completo esa importantísima faceta del sexo de pareja.
En realidad, no entiendo cómo no me di cuenta antes. Al principio, cuando me la chupaba, siempre lo hacía con cierto aire de suficiencia, como si mi polla fuera un objeto vulgar, un palo cualquiera o un martillo, y no aquel útil que la estaba haciendo retorcerse de placer en cada ocasión que teníamos relaciones. Bueno, quizás en cada ocasión no, pero sí la mayoría de las veces. Porque sí, cuando follamos, Irene grita como una posesa, pero es cuando tenemos sexo oral, cuando se hace un silencio en la habitación en el que sólo se escuchan mis jadeos y parece que todo toma negrura alrededor nuestra deprimiendo el ambiente. De hecho, cuando follamos después de que ella me la chupe, follamos peor, como si alguien le debiera algo al otro, casi a disgusto. Me termina recordando a mi hermana a los siete años, cuando tenía que comerse el plato de habichuelas obligada por mi madre y figuraba con el rostro más encogido y horrendo que te puedas imaginar. Así es la cara de Irene antes de chuparmela.
Y no será por higiene, pues soy un tío aseado. El caso es que buscarle solución no es tarea sencilla. Lo he intentado de muchas maneras. Por ejemplo, con juguetes sexuales comprados en un sex shop, uno de tirar dados o cartas que esconden diferentes posturas. Una entre seis posibilidades de que me la chupe. Una entre seis de que hagamos un sesenta y nueve. En total, dos posibilidades entre seis de que mi polla acabe en el fondo de su boca. Aunque claro, no es algo que se pueda realizar todos los días, pues contribuiría, y mucho, a que se creara una imagen de depravado sexual que poco tiene que ver conmigo, yo soy un tío clásico, si veo cine, me gusta El Buscavidas y Casablanca, y si me acuesto con Irene, me gusta follar y que me la chupe, o que me la chupe y luego follar. También lo he intentado con alimentos (no vaya a ser por eso del sabor), por negociación, yo te como el coño y tú me comes la polla, e incluso he leído al respecto para hacerlo más apetecible, nada de descuidar la higiene, nada de la manita en la cabeza, no eyacular en la boca sin permiso, no tratarla como si su boca fuera un objeto sexual… pero no he conseguido nada. No se puede ser pulcro y esperar que te la chupen. Y menos cuando, socialmente, todos lo calificamos tantas veces como una cochinada. En qué enjambre de hipócritas nos hemos convertidos. Puede que tenga algo de cochino, pero es precisamente lo que lo hace tan excitante. Hasta le he preguntado acerca de su educación sexual, no fuera que le hicieran ver las pollas como a ese gran enemigo a batir, pero no, tuvo una educación sexual equilibrada e incluso liberal.
Todo comenzó con un notorio bajón en nuestros encuentros sexuales. Así, de buenas a primeras, sin decir ni mu. Simplemente no follamos. Simplemente no te la chupo. Y punto. Se convirtió primero en una mamada semanal, a lo sumo, y con la actitud del que va a hacer el servicio militar y se ha hartado de buscar excusas pero no le queda más remedio. Y ahora, actualmente, llevamos un mes que ni siquiera la ha olido, no digo chupado, digo olido. Hay más distancia de mi polla a su boca que de un extremo al otro del país. Sólo me masturba o penetración, alguna vez sexo anal (que tampoco le gusta demasiado), pero poco más. Y eso que ella se retuerce cada vez que bajo entre sus caderas y practico sexo oral con ella. Hay una gran diferencia entre quién lo hace por placer y quién lo hace por obligación. Obviamente, yo soy un gran especialista en el arte de comer un coño, lo hago porque disfruto, y estoy seguro de que si no disfrutara, no sería ni la mitad de bueno. Hay cosas para las que no se puede fingir.
Sinceramente, estoy cansado. No creo que pueda asumir mi sexualidad compartiendo mi vida con una mujer que no me la chupa. Es ahora cuando me acuerdo más veces de Bea, ay, mi dulce Bea. Esa mujercita con la piel pálida y cara de ángel, esa chica de la que estuve enamorado hasta un año después de que se acabara nuestra relación. Creo que todavía podría volver a enamorarme de ella si sólo llamara a la puerta de casa y dijera: “¿Te la chupo?”. Más ahora, que en esta situación, Bea es una Diosa al lado de Irene.
Bea era discreta y siempre ocupaba un segundo plano. En las relaciones sociales no tomaba un lugar preferente, pero todos destacaban su candidez y discreción. Siempre era así, excepto en la cama. Era una tentación irrechazable compartir la vida con alguien que esconde una cara oculta, tan antagónica una de otra, como un secreto irrechazable. En la cama se convertía una diablesa en busca de algo caliente que llevarse a la boca. A ella sí se le notaba el disfrute. Te cogía el miembro y lo lamía como la niña que descubre una piruleta. Podía, para más goce, variar el estilo y sorprenderte de un día para otro. Lo mismo le daba por chupártela hasta que le llegaba la polla a la campanilla, que otro día se centraba en el cipote y no paraba de paladear la cúspide cómo quién deja lo mejor de un plato para el final y se centra sólo y exclusivamente en su alimento favorito. Podía hacerlo con extrema delicadeza, dándote besitos desde la base hasta la punta, fustigándose con ligeros golpes en los pezones, chupándote los huevos durante media hora sin quejarse o haciéndolo con fulgurante pasión, dejándote el pene enrojecido y casi en carne viva. Hay veces que era necesario pararla y decirle que pasara a otros menesteres, incluso me llegaba a sentir en deuda con ella. Pero es que se ensimismaba tanto, parecía tan feliz, creo que si hubiera sido un monstruo con dos penes, no me hubiera dejado nunca.
Sin embargo, heme aquí ahora, esperando a que Irene, y no Bea, salga del baño. Ya hasta he dejado de verla sexy, pese a que con ese albornoz la mayoría de los humanos (hombres, y parte de las mujeres también) se derretirían a sus pies con solo mirarla. Hoy no hay nadie en su casa y podremos hacer cuantas guarradas nos plazcan. Bueno, le plazcan, para qué engañarme. Si sale del baño con el pelo recogido, cabe alguna posibilidad de que me la chupe. Si sale con el pelo suelto, ya me puedo ir despidiendo de esta posibilidad.
Y ahí viene, cómo no, con el pelo suelto. Sonriendo sin saber que ha firmado nuestra sentencia de muerte como pareja. ¿Qué ha pasado?, me preguntará, y yo tendré que inventar algo convincente. Al menos nos queda un polvo de por medio. Qué pena, con lo que podíamos haber sido, con lo bien que nos iba al principio. Y es que es frustrante, que por algo así, otra pareja se me vaya al traste.
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