Hoy recordaba que, cuando éramos pequeños, mi hermano y yo hacíamos trampa a la hora de cambiar estampitas de jugadores de fútbol con otros chavales. Solo éramos “buenos” en un aspecto: Elegíamos la víctima, no por su debilidad, sino por su fortaleza. Elegíamos chicos mayores que nos caían mal por pasarse de chulos o ser unos listillos y se la intentábamos colar. El sistema destacaba por lo artesanal y mecánico de la acción, cortabas la cabeza del jugador que había cambiado de equipo a última hora y la colocabas, con la ayuda de unas tijeras y pegamento de barra, sobre el cuerpo de otro jugador del nuevo equipo sobre el que “el cambio” no quedara excesivamente mal echando un simple vistazo. Ese sistema ha sido el precursor de los diarios deportivos que, hoy en día, abusan del Photoshop. Había trabajos artesanales de la época de mayor credibilidad. Con algunos cambios te jugabas tu fiabilidad y reputación, pero formaba parte de un juego por igual adictivo y peligroso, y asumías el riesgo de que te pillaran. Después de cambiar la cabeza, hacías lo mismo con la foto situada a la derecha (este paso era más sencillo porque no necesitabas coordinar elementos corporales) y así tenías en tu poder, casi a tiempo real, los últimos fichajes acontecidos en la Liga. Solo había que estar pendiente del televisor y de las noticias de la radio a nivel deportivo. A veces, las estampitas se adelantaban a la realidad creando universos paralelos. Los últimos fichajes se colocaban encima de las últimas bajas y a esas estampitas se les llamaban “Coloca”. Ser un “Coloca” era algo así como ser un sustituto. Ser un “Coloca” era, también, lo más de lo más, la máxima suerte del coleccionista. Pues bien, creo que hoy en día, nuestro entorno está sospechosamente lleno de sustitutos. De gente que se forma un “Coloca” por encima de lo que realmente son; de personas que se fabrican una estampa con tal de estar a la última, de falsas cabezas situadas en cuerpos que no son los suyos. Creo que el mundo de los adultos está plagado de esas trampas que hacíamos cuando éramos niños pero que, a diferencia de nosotros, ahora se intenta a engañar de una tacada a todo el mundo, sin importar quién lo merezca o no. Es el mundo de las estampitas corrompido y llevado a su máxima expresión. Y sinceramente, uno no puede dejar de pensar si esta colección merece o no la pena.
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