Las hordas se alinearon al paso de su alteza con vistas a asaltar su objetivo. Esperaban ansiosas su momento, ataviadas con sus mejores armas, con el infierno bullendo al fondo de sus ojos y las manos engarrotadas. La adrenalina se disparó justo cuando el sol caía detrás de la muralla. La masa, enfurecida, se abalanzó hacia delante al grito de “¡Caramelos, caramelos!”.
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