miércoles, 18 de enero de 2012
La nueva Pangea
Las últimas investigaciones filtraron lo que ya era un secreto a voces: Que los continentes iban a ir acercándose hasta unirse, de nuevo, formando una segunda Pangea. Era la consecuencia inmediata de depender de imprevisibles flujos tectónicos. La próxima composición de un todo amenazaba con producirse en apenas diez años. Los denominados continentes serían, en poco tiempo, un concepto arcaico. Se formarían grandes relieves y el hombre pisaría generalmente a mayor altura y más alejado del mar. La mayoría de países optaron por ir fortaleciendo, poco a poco, el control de sus fronteras y se iban preparando para contener nuevos flujos migratorios. Los países que, hasta ahora, contaban con el mar y la industria derivada (turismo, pesca, intercambios comerciales), preparaban vías alternativas de subsistencia, trabajando sobre hipótesis e imaginando un nuevo orden de las cosas, aún incierto. Se quejaban de su nueva situación y pedían un reparto equitativo de los beneficios, o al menos, una compensación por daños y perjuicios. ¿Pero quién iba a responder ante aquello? Los privilegiados que iban a gozar exclusivamente del mar, sin embargo, venían a decir que cada barco aguante su vela y ya andaban haciendo cábalas sobre sus posibles beneficios. Asomaban buenos tiempos. Solo existía un punto en común, todos los que estrenaban fronteras, ya fueran unos u otros, sentían una significativa pereza por iniciar relaciones diplomáticas con los países de al lado, y hubieran preferido, en cambio, que todos los países se hubieran separado como islas independientes, abandonados a la deriva a su suerte y condenados a bastarse por sí mismos. Sí, hubiera sido mejor eso que el fastidio de los nuevos vecinos.
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