Desde la cama veo a Audrey Hepburn desayunando cara a la joyería. Ella es Holly, pero ya nadie recuerda su nombre. Mi punto de vista es el de las joyas que están en el interior del Tiffany’s. Ella esconde la mirada tras sus enormes gafas de sol mientras sujeta el desayuno con una mano. La otra mano no la veo porque la tapa una lámpara de las que están dentro del escaparate. A la derecha, un trozo de pared me indica que estoy en el interior del Tiffany’s y que, aunque no lo parezca, no nos podríamos tocar porque aún habría un cristal en medio. Me gusta su apariencia, frágil pero segura, ansiosa pero a la vez tan triste. A veces pienso que podría rescatarme una mujer así, o yo rescatarla a ella, tan visceral que sea capaz de vivir de esa manera, al paso inútil de un ideal, tan loca como para volverte loco y hacerte pronunciar el discurso de una vida, tan cerca pero tan lejos de todo, sensible y tierna como para querer esconderse de sí misma. Sí, podría pasarme la vida viendo un escaparate de Audreys, ya desayuno muchas veces frente a ella, dejando mi vaso de leche encima del escritorio y escribiendo en este viejo ordenador que se calienta de más, será que le queman las ideas. Desde la pared, ella me mira y yo la miro. En medio, la realidad y algo más. Un amor imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario