Al arder la rama, las estrellas ardieron también. Y ardiste tú por antonomasia, por vinculación y enredo. Ardiste porque te quise ver arder como el papel que desafía a la llama. Ardiste porque no me quedaba más remedio; porque no me queda más remedio aún que ver los luceros yéndose a pique, que ver tus alas volando tiznadas de negro, tu azúcar en charca, tu piel suspirando recuerdos.
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