Le tenía miedo al silencio y eso le hacía hablar continuamente, a todas horas, fuera o no interesante lo que tuviera que decir. Se escudaba en el rumor de la gente y en esas intrascendentes conversaciones que se mantienen por educación o por no descubrir incompatibilidades de manera violenta. Usaba su reproductor de música en los momentos de soledad, tarareaba para sí misma o se acompañaba del televisor en casa. Ese runrún externo apaciguaba su ansiedad. A decir verdad, nadie le había enseñado a vivir sin ruido. Ni en casa ni en ninguna parte. Así que aprendió a controlar bastante bien su fobia, aunque sabía que, mientras tanto, el silencio no hacía más que engordar como un monstruo hambriento esperando un descuido, seguramente fuera de su hábitat, dispuesto a hablarle de todas esas cosas que había estado ocultando durante tanto tiempo.
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