Al charlatán, le costaba contener su verborrea y quedarse en lo esencial. No sabía decir te quiero, te necesito, aquí estoy o soy feliz. Y aunque se trabajó un discurso grandilocuente con el que explicarse su soledad, algo acerca de los problemas del mundo y la comunicación entre las personas, lo cierto es que al final, como siempre, terminaban sobrándoles las palabras.
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