En la consulta del médico me atendió el Doctor Peter Parker. Su placa lo dejaba bien claro, y lo corroboraba su aspecto y ese acento que interpretaba el castellano de manera tan peculiar. Yo no lo esperaba allí, la verdad, en una pequeña sala de urgencias de la Generalitat de Catalunya, así que no pude esconder mi asombro. ¿Qué haces aquí?, pregunté, ¿no deberías tener mayores preocupaciones? Encajó la pregunta con una sonrisa y no puso ni la más mínima intención de disimular quién era o, al menos, quién venía siendo. Al revés, parecía sentir cierto orgullo por el hecho de haber sido reconocido. Pensé que era hora de cambiar, dijo, salvar el mundo de otra manera, desde una óptica más cercana. Estaba cansado de esos viajes interdimensionales, de las guerras de guerrillas entre superhéroes y supervillanos y de tanto complot que luego conducía a ninguna parte. Ya, son muchos años, dije, por establecer empatía. Demasiados, apostilló él, además, al mundo ya no lo salva nadie, ni los unos ni los otros, nadie puede salvarlo de sí mismo, es más, ni siquiera estoy seguro de que quiera salvarse. ¿Y cómo has podido ejercer de médico? seguí preguntando, pues mi curiosidad no parecía tener fin. Hay un programa para recolocarnos en la sociedad, a los que nos afiliamos a él se nos llaman “colaterales”. Está pensado para quiénes queremos dejar ese tipo de vida. Un grupo de expertos nos prepara y pasamos unas pruebas específicas para ejercer un oficio. Por mis conocimientos y mi personalidad, me sugirieron que ser doctor podría ser lo mejor. Y, sinceramente, creo que no se han equivocado. A mí tampoco me importaba que el Doctor Parker me examinara de la alergia, y supuse que, en caso de ser muy grave lo que me estaba pasando, su sentido arácnido nos pondría alerta y me terminaría salvando de algo mucho peor. Bien, desabróchate la camisa, dijo, y yo, que lo quería era seguir preguntándole sobre Mary Jane y cómo estaban ahora las cosas entre ellos dos, no tuve más remedio que hacerle caso.
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