Haciendo cálculos, el pistolero se dio cuenta que las balas se le habían agotado justo antes de abordar a su gran enemigo, que, bajo la amenaza de su mirilla y desarmado, estaba arrodillado en el suelo pidiendo clemencia. Ante la mirada furtiva de la mitad del pueblo, escondidos tras las cortinas o agazapados en cualquier esquina y que asistía cómplice a ese momento de superioridad, acertó a decirle: “Hoy vas a tener suerte y te dejaré vivir”. La gente, desde entonces, comenzó a tratarlo con la categoría de mito y se contaban, de generación a generación, aquel momento de indudable valentía que lo convirtió en leyenda.
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