lunes, 18 de mayo de 2015

Mi colega el Nano

A la memoria del Nano.


En el sueño, seguimos compitiendo por las mismas cosas intrascendentes. Solo que entonces son fundamentales. Tú corres y dos sombras te persiguen, mi hermano y yo. Somos tres que parecen uno. Tres vértices de un triángulo equilátero. Tenemos esa edad indeterminada que se tiene en los recuerdos. Pueden ser diez, pueden ser doce, pueden ser catorce años. Podemos ser viejos escarbando en el pozo de la memoria. Da igual, en la vida no tuvimos la sensación de estar creciendo y en el sueño nos gusta perdernos en los recovecos de la memoria.

Jugamos al fútbol, al frontón, a tirar petardos. Jugamos a enfadarnos y perdonarnos, a ser los mejores en asuntos mínimos. Descubrimos grupos de música para la posteridad, nos crece pelo en las axilas, entramos y salimos de las pandillas, las niñas nos comienzan a causar algo más que miedo. La vida, después de todo, podía ser mucho más que un juego de niños. Descubrimos las dudas y certezas del amor más puro e irrelevante, el amor adolescente. Descubrimos que nos gusta la misma chica y que podemos traicionarnos y que eso no importa absolutamente nada.

Descubrimos tanto que quizás por eso todo se paró ahí y no fue mucho más allá. Quizás porque ya nos habíamos entregado lo máximo que se pueden entregar los amigos, aquel lugar al que siempre volvemos, el mismo del que nunca queremos partir, la infancia. Cuando se comparte la infancia, se comparte también toda una vida.

En una tarde cualquiera, me despierto y mi hermano llama para decirme que te has ido sin despedirte. Qué testarudo entrañable eres viejo amigo. Mi colega el Nano, que no me toca a nada y es mi hermano.  No te preocupes, a mí también, a veces, me cansa la vida. Cuelgo el teléfono y me tiendo en la cama. Pero qué es una mala tarde cuando uno se ha ganado la eternidad. Cierro los ojos y me venzo. En el sueño, seguimos corriendo, riéndonos, descubriéndonos a nosotros mismos.