martes, 31 de mayo de 2011

Ojo-trampa.

Creyó verle al fondo de los ojos el mismo color de antaño, mezcla de verde esperanza y el azul calmo del que se tiñen las certezas, pero no eran más que los suyos propios reflejados tras unos ojos huecos, de color alquilado y con el alma en otro sitio.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Entre estaciones

Muchas veces, me da la sensación de estar en el anverso, como si la vida se estuviera viviendo en otro lado. Siempre he pensado que cada año se suceden varios momentos míticos, dias o noches que se tatúan en el cerebro, verdaderamente memorables. Es lo que llamamos vivencias. El resto son estaciones de paso, escondrijos para el alma. Este año me parece lleno de estaciones de paso, igual que en ese viaje eterno que une Jerez con Valencia pasando por media España y cuyas paradas siempre olvido. Será el rencor de verme alejado de los míos y llevado a un mundo tan extraño como excitante. Me pregunto qué sonrisa estará detrás de la próxima estación que recuerde. Hasta entonces, las mayores agitaciones de mi cuerpo las sufro escribiendo. Es curiosa la sensación de ver articularse las palabras, y también esta sed de escribir algo grande. Creo que algo se está masticando en mi cabeza como quién urde una venganza. Y es que me podría pasar la vida así, escribiendo entre estaciones.

lunes, 23 de mayo de 2011

Cambios


Hay certezas evidentes, cosas que se saben y ya está, piensa mientras toman juntos el desayuno y gira la cuchara creando un pequeño torbellino en el café. La noche anterior, después de que su mujer saliera con los del club de baile y llegara por la noche a casa, tras hacer un ruido insoportable junto al recibidor con eso de las llaves, el bolso y los tacones, “un poco aturdida por el alcohol”, se metió en la cama junto a su lado, y pudo comprender entonces que ni estaba aturdida ni borracha, simplemente, había sido sustituida por otra, un clon, una mujer que tenía su mismo aspecto, el mismo rostro, las mismas piernas, el mismo aroma, los mismos labios y la misma piel… pero que no era ella, eso resultaba una obviedad. Se dejó dormir, pero en cuanto despertó pudo corroborar lo que anoche había intuido. A la hora de la ducha, por ejemplo, no era igual marcando los tiempos, paseaba recogiendo su ropa interior y exhibiendo sin pudor su desnudez, comentaba las noticias de la mañana con énfasis o ahora justamente, mientras prepara su café, como si hubiera olvidado que el café le gusta con una y no con dos cucharadas de azúcar. O como si de repente, tener una conversación trivial en el desayuno fuera algo estrictamente necesario para su cotidianeidad.

Pero eso es lo de menos, ya aprenderá sus manías y descubrirá cómo contentarla. Le resulta curioso y casi embriagador verla así, a su nueva mujer, que es como si a la antigua le hubieran devuelto de un golpe la ingenuidad, la ilusión y el cariño, en definitiva, la vida. ¿Por qué se la habrían llevado? ¿Era acaso un castigo por su propia inapetencia vital? Da igual, lejos de verlo como un atropello del destino o una pérdida irremplazable, lo entiende como una segunda oportunidad, algo al alcance de unos cuantos elegidos. Ella habla y habla, le mira y le pasa la tostada torpemente, con apenas mantequilla por los bordes. Él sonríe y la acepta encantado, mientras con la otra mano, acaricia su mejilla.

viernes, 20 de mayo de 2011

miércoles, 18 de mayo de 2011

Hoy puede ser un buen día.

Muchas veces pienso en que debería parar todo esto. Lo de que trabajar ocupe tanto mi vida que no se reconozca si soy yo el que está debajo de ese robot que tiene óxido en la cuenca de sus ojos. Pagaría por tener valor un día y decir "basta". Yo solo quiero ser como Hemmingway en la última de Allen, ver el mundo desde una esquina y con una copa en la mano, analizar la realidad y escribir. Siempre escribir. Y entre escrito y escrito, no me importaria enamorarme y desenamorarme. Y así tener material para volver a escribir. ¿Para qué entonces una casa, una cuenta corriente, un dinero para que alguien herede? Quizás sea egoísta, pero cambiaría todo ese legado, un brindis incierto, por vivir la vida a mi manera. Pero resulta que mi manera también es cobarde, y así estoy, dando vueltas entre el idealismo y la cruda realidad.

martes, 17 de mayo de 2011

Otra copa más

De repente, la lluvia ya no era de agua sino de vino. Unas veces caía Oloroso, otras veces Fino, otras Palo Cortado y así en las múltiples variedades existentes. Igual que había días alegres y días tristes, ahora había días de Manzanilla y otros en que llovía Néctar, más pasa que vino. “Se avecinan días de Néctar y tormenta”, decían los meteorólogos. El granizo estaba formado por pasas enormes, aprovechadas para hacer pasteles y guisos dulces por aquellos con algo más de destreza en la cocina. Desde el principio, hubo quién estuvo dispuesto a hacer negocio a partir de las nuevas lluvias, pero, ¿cómo hacer negocio con lo que podía disponer cualquiera, con tan solo tener un cazo, una jarra o un botijo y un embudo? El gobierno se adelantó al problema declarando que esos vinos no podían ser vendidos… excepto por ellos mismos, que estudiarían su calidad y crearía una marca barata, blanca, que se comercializaría en todas las tiendas y a un precio insultantemente bajo.

Los pantanos aparecían teñidos por una mezcla de uvas de mayor o menor tiempo al sol. El olor de la riada y el de los campos, se vieron fortalecidos, ahora el buen olor era el resultado de una lluvia con personalidad y señorío, y el mal olor era lo que antes se entendía como la mezcla de varios vinos baratos. Las bodegas tuvieron que mutar para perpetuarse, buscando variedades sintéticas, tratadas químicamente. Visitar una bodega era como visitar una antigua fábrica textil, algo reservado para curiosos, casi lugares de culto. Pronto, los enólogos advirtieron que todas esas lluvias tendrían que ser analizadas y verificadas “aptas” para el consumo, que nadie se lanzara a beber vino tan alegremente, que su trabajo tenía ahora más sentido que nunca. Pero no fueron considerados. La gente bebía vino tal y como lo recogía de embalses y envases sin verse afectados en su salud más que en la alteración de sus capacidades ordinarias, del modo que se verían afectados bebiendo cualquier otra bebida alcohólica. La nueva lluvia trajo consigo una oleada de confusiones; test de alcoholemia para inocentes sospechosos, despidos improcedentes, abstemios tomados por borrachos y borrachos que miraban al cielo como si se hubieran cumplido todos sus sueños, el paraíso tan cerca y la excusa perfecta para justificar sus vicios.

¿Y el agua? ¿Qué era del agua? Todavía había quiénes creían que el agua volvería como el hijo pródigo, que sólo era una cuestión de tiempo. El gobierno, por si acaso, decidió conservar toda la que pudiera, puso a funcionar depuradoras y activó un plan de salvamento contando con los mejores químicos y expertos, que basaban sus proyectos en conseguir agua a través de reacciones de laboratorio, fuera ser que ésta estuviera llegando a su fin. La poca agua que quedaba de dominio público, fue tratada como un bien preciado y muy por encima del oro, y se organizaron, espontáneamente, todo un universo de tendencias y teorías acerca del nuevo destino del agua, reinterpretaciones de su historia y elucubraciones sobre su futuro. Las asociaciones naturistas, mafias y prestidigitadores lanzaban sus teorías sin miedo a ser reprochados, pues contaban con la inercia de la incertidumbre. Podría ser el futuro de una manera u otra, y a su vez, el vino podría significar cualquier cosa. Los falsos profetas y videntes hablaban de un futuro que ya estaba aquí, preludio al apocalipsis que siempre habían presagiado, aseguraban que era ahora, perdiéndose el símbolo de nuestra pureza, cuando nos veríamos condenados a vivir en calles negras e infectas, lógica fermentación de lo que habíamos estado cultivando, que el futuro sería cada vez más y más negro y que la gente, todo el día ciega y empapada de su propia vanidad, terminarían consumiéndose aunque fuera de una manera sabrosa, dulce y desvirtuada de la realidad que estaban viviendo.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Escribir (II)

Escribir no es evadirse, todo lo contrario. Yo no escribo para celebrar mi ausencia. Escribir es implicarse, enfrentar tu realidad hasta el punto que supone un ejercicio de exhibicionismo. En el mejor de los casos, solo consigues travestirte. Y si escribo ahora multiplicado por tres no es porque quiera huir, es porque quiero afrontar lo que me está pasando.

martes, 10 de mayo de 2011

Amorol y Clarividina

Tratándose del mejor de los placebos, y aunque su efecto en el organismo fuera el mismo que ingerir una pieza de fruta solo que de forma granulada, el gobierno decidió dar vía libre al proyecto y vender nuevas pastillas en las farmacias como la solución ideal para el amor que la humanidad había perdido y ansiaba recuperar atravesando un atajo infame. Éramos pues, pioneros, y queríamos apuntarnos un tanto en materia de innovación, adelantarnos a los problemas de la gente, ofrecerles respuestas a sus problemas cotidianos. Pero éste era un paso más allá, la apuesta definitiva para el control de las masas. En nombre del amor se había justificado muchas de las miserias del hombre, ¿qué tenía de malo hacerlo una vez más aunque se supiera de antemano, sin el paso de los años y el análisis, que solo se trataba de una manipulación más, de una mentira encubierta?

Nosotros no éramos científicos, sino publicitarios, expertos en vender la nada como un objeto que sostienes entre las manos, por eso los emisarios del gobierno contactaron con nosotros y nos propusieron el plan. Era una idea sencilla, una compleja máquina ilusoria. Primero crearíamos la necesidad, el amor, ¿quién no necesita sentirse amado?, y luego la solución científica, unas míseras pastillas. Se acercaban las elecciones y habría que lanzar el producto con sumo cuidado, respetando el croquis que pactamos para el calendario, conseguir que se respirase armonía y no hubiera tentativas de cambio, y debíamos hacerlo sin demoras o todo el empeño habría sido en vano.

El gobierno anunció mediante notas de prensa y un comunicado televisado que aprobaba la introducción del medicamento en el mercado, a la venta en farmacias y establecimientos especializados. “Siguiendo las recomendaciones de uso, el consumidor no tardará en enamorarse de alguien de su entorno; si siente un vacío y cree que el amor puede ocuparlo, con estos medicamentos sabrá lo que es el amor, aunque nadie le asegure reciprocidad”. Aconsejó su uso moderado y bajo supervisión médica. Antes, habíamos creados dos empresas con residencia fiscal en Centroeuropa, patentado sus fórmulas, inventado un sabor y dotado de una imagen aséptica y actual a su corporación. Nunca ha habido dudas de que Promedco y Winstorp SL eran dos sociedades formadas para la explotación comercial del medicamento, que llamarían a su vez Amorol y Clarividina. Su competencia sería tan atroz como ficticia.

En poco tiempo su consumo se ha extendido, aunque casi nadie reconozca su uso, si acaso durante veladas íntimas y cuando las defensas se relajan. Las salas de espera de los ambulatorios y hospitales han experimentado un crecimiento notable, repletas de ciudadanos que aluden otros males si se encuentran conocidos, pero que luego terminan pidiendo una receta, incluso comprando a los doctores, que oponen tibia resistencia. Las farmacias y el gobierno han hecho su agosto, unos por venta directa y los otros a través de impuestos. La bautizada como “Viagra sentimental” ha sido un éxito rotundo, tanto que no hemos tardado en ver la recompensa a modo de pagas extras y facilidades de todo tipo. El cliente ha quedado satisfecho. Las cartas que llegaron a casa hablan de premios “por servicios hacia la comunidad”. En apenas dos años, nos hemos hecho tan ricos que he perdido la cuenta de cuánto tengo en el banco. Pero a veces muero de ganas por salir ahí fuera, vociferarme como uno de los gestores de este tremendo embuste y dejarme apedrear por la gente que se enamora de verdad. Pero no estoy seguro que haya alguien dispuesto a conocer la verdad, a decir verdad, siento envidia de no ser uno de ellos, de tener el amor a tiro de cápsula. No, la verdad no es algo inmutable, es maleable como la conciencia de un niño, incluso en las asociaciones en contra de estos medicamentos se han visto tránsfugas ávidos de amor, que luego han reconocido que la tentación era más fuerte que sus propias convicciones. A veces es bueno vivir de ilusiones, aunque éstas sean vagas y ficticias.

Mientras, los periódicos mienten. Las encuestas hablan de una sociedad enamorada de sí misma, viviendo una eterna luna de miel. Da igual la edad, miras a la gente y aparecen con brillo en los ojos, hipnotizados como si supieran su vida ya colmada. También los hay ciudadanos tristes, claro, pero felices de sentirse vivos, de no andar deambulando en ese limbo emocional que es no enamorarte ni sentirte querido, cuando todo parece el oasis de una vieja ilusión. No ha sido ninguna sorpresa el repunte de los matrimonios, la desaceleración de los divorcios o esta concepción bicéfala de la existencia. Sabíamos que podía suceder, pues era uno de los objetivos: Gente feliz que sintiera el arrope de la vida, la seguridad de un ideal hecho a imagen y semejanza de sus anhelos. Lo más curioso ha sido ver incrementada la producción artística, sea la categoría que sea, pues la gente, confundida por los sentimientos, escribe más, compone más, pinta más e inventa más, y todo por exteriorizar ese amor que, supongo, les está abrasando el alma.

Lo peor es ver a esos amigos y conocidos dejándose enamorar por una promesa de caramelo. Mi silencio se llama clausula de privacidad. Romperla equivale a pegarse un tiro en el pie, a ser tomado por loco. Ahora ya no hay vuelta atrás. El poder de las nuevas verdades, esas mentiras repetidas mil veces. Ellos son unos felices desgraciados y nosotros desgraciados multiplicados por dos, pues aún viviendo en la abundancia, no sabremos ya, cuando se nos acerca alguien, si nos aman de veras o llegan engañados por el poder de su mente, si miran nuestro amor como auténtico o vierten detrás nuestra la sombra de la sospecha. En el fondo, no hemos sido más que víctimas de sus efectos secundarios.