jueves, 31 de marzo de 2011

Almafuerte

Hicimos un pacto. Él es un vivo sin vida buscando flores para su última misa. Yo soy un muerto que quiere que no lo tengan por muerto. ¿Por qué no cambiarnos y volver a vivir si no iba a morir más en el intento? ¿Y a él, que es lo peor que pudiera pasarle? ¿Vivir? Vivir es cantarle a la vida y éste solo canta a los muertos.

En este lado apenas hay sensaciones, es un erial que acalla las almas en medio de ninguna parte. Todos son sombras sin sombra, excepto yo, que muero por volver. Por eso será que puedo hablarle a los vivos, aunque escuchen un susurro y hagan oídos sordos, aunque mi voz solo sea voz en viejas cintas de cassette. Pero era cuestión de tiempo hallar a la persona correcta, a esa que quiere escuchar y entonces darle el último empujón. La muerte es poderosa. Hay más muerte en la vida que vida después de la muerte. Por eso conviene usar su influjo para evitarla. Hay quién desea morir y hay quién solo la teme y por no temerla ni la nombra. Yo ni lo uno ni lo otro, por eso será lo de mi segunda oportunidad. He quedado a las doce en el campanario, la hora perfecta. Me lo imagino dejando su carta de despedida y encargando ya el traje de madera. Y a todo esto, ¿cómo voy a ir yo? Bah, da igual, cuántas cosas voy a hacer que siempre quise, cuantas no volveré a repetir, qué privilegio esto de volver a empezar.

miércoles, 30 de marzo de 2011

El chisme.

La cosa sucedió más o menos así. Yo estaba paseando con Arturo por el club social, que no sé que hacía yo paseando con Arturo cuando Arturo es casi enemigo íntimo mío y además me cae como el culo, pero bueno, cosas de la vida, entonces, llegó Jorge y nos dijo que Paula se había liado otra vez con Martín. Y como si tuviera una cosa comprimida en mis pulmones buscando salir para fuera, suspiré y dije como a cámara lenta, “Qué puta, ¿no?”. Pude haber dicho “¿sí?” o “bueno, pues que lo disfrute”, o “¿Otra vez?”, pero no, tuve que decir “Qué puta, ¿no?”. Buf, como los niños pequeños cuando hacen algo que saben que está mal, enseguida supe que la había cagado y que el testigo de ese “Qué puta, ¿no?” era el peor testigo posible. Entonces, contándome una excusa barata, algo así como que tenía que acompañar a su hermana pequeña a las clases de tenis cuando Arturo pasa mil kilos de su hermana, se separó de mí; pero no fue a acompañar a su hermana, claro, fue como un cohete a difundir la noticia, que era lo mismo que difundir un marrón para mí, cogió a los más chismosos de la pandilla y no dudó en repetir lo que yo había dicho: Que Paula era una puta. Por si acaso suprimió el “¿no?”. Eso no lo supe en el momento, aunque a decir verdad, sospechaba que terminaría pasando; lo supe más tarde, cuando vi a Noelia con cara de circunstancias y más erguida que una farola pasar delante de mí, sin saludar siquiera, agarrada a su carpeta y dispuesta a hablar con Tere. A esas alturas mi inocente expresión se había convertido en fenómeno social y extendido como una plaga. Y para más inri, Tere es la mejor amiga de Paula. Y si Tere por h o por b, se entera de que yo he dicho que Paula es una puta, es lo mismo que Paula se entere de que le he dicho puta. Y básicamente, ese ha sido el camino por el que ahora Paula está delante de mis narices sermoneándome, algo que iba a suceder tarde o temprano. Yo la veo, y es, otra vez, como si estuviéramos viviendo en cámara lenta, como esos momentos de las películas en que el sonido se distorsiona y el bueno se lanza al suelo para desactivar la bomba en el último segundo. Paula habla y se le ve enojada, pero Paula no sabe que a mí no me importa que se enoje, que ponga esa expresión suya tan antipática y que parezca que me va a dar una torta, no, a mí sus labios me van a gustar igual, me gustan sus labios, sobre todo el inferior que es tan carnoso y tan perfecto al mismo tiempo, y si ella me lo sugiriera una milésima de segundo, sería capaz de besarla, y no solo una vez sino varias, y no solo varias sino todos los días, por la mañana, por la tarde y por la noche también, y tampoco sabe, la ilusa, que he fantaseado con ella, con los dos juntos en el parque por la zona oscura, sintiendo yo su cuerpo sobre el mío, o mejor, el mío sobre el suyo, los dos tirados en el césped. Dice algo, sí, y eleva la voz, y yo me imagino a los dos siendo ya mayores y recordando cómo nos enfadábamos cuando éramos críos, cuando yo le llamaba puta y ella venía a cantarme las cuarenta, me la imagino compartiendo un noviazgo conmigo de esos que duran toda la vida, como el que tiene mi hermana con su novio, sí, eso sería perfecto. Y bueno, al verla así gritando enfurecida no le voy a decir que he dicho “Qué puta, ¿no?” por no decir, “¡Mierda!” o “¡Jodido Martín, que le peten!” o “¿Por qué lo has hecho? ¿no ves que yo también existo desgraciada?”, por eso, cuando sus labios vuelven a ir cada vez más deprisa y parece que el mundo recobra su velocidad normal y Paula se transforma en una chica más y no sigue siendo Paula, la chica con la que fantaseo casi sin quererlo, entonces, escucho sus últimas palabras, “¿Que qué has dichos tú de mí”, y claro, no me queda otra que contestar: “¡Pues eso, que eres una Puta!”

Tener ideales.

Tengo una concepción idílica del éxito, como de la vida o el amor, entre otros conceptos. El éxito a cualquier precio no me suena a éxito. El éxito sin épica, sin sufrimiento, tampoco me parece un éxito. Ni el éxito si no perseveras en una idea. Lo pensaba ayer cuando leía las reseñas de los conciertos de Hoja de Ruta en Jerez y lo pienso siempre que veo una derrota y analizo al derrotado. Sin fracaso no hay éxito. Sin conocer el lodo no se puede volar por el cielo. Voy a por un símil futbolístico, todo el mundo se rinde ante el Barça de Guardiola, pero para ser así tuvo que emigrar a Italia, pasar por un presunto doping del que luego salió absuelto, irse a México, entrenar a juveniles y llegar al primer equipo. Y aún así, ganando, Guardiola se ha quedado calvo, tiene ojeras y un aspecto demacrado. Recuerdo también a Luís Aragonés como entrenador del Oviedo animando a los jugadores del Atlético, que acababan de descender a segunda, “después de llover siempre escampa”, les decía. Y es que el viejo será un cascarrabias, pero también sabe mucho por ser tan viejo. Igualmente, creo que hay que perseverar en una idea, pues cuando una idea no funciona quizás necesita madurar o reconvertirse. Si crees en ella, no puede morir en la primera tentativa. El fracaso no te obliga a desdeñar unos ideales y una manera de entender tus proyectos. Por eso, pese a la decepción relativa, creo que Hoja de Ruta, en el fondo, ganaron en Jerez. Quizás no a la ciudad, pero sí se ganaron a ellos mismos y a la gente que les sigue. Por ser auténticos y defender con pasión su propuesta, por tener coraje y seguir, testarudos, creyendo en unos ideales. Por ahora no será el cielo, pero mañana, cuando menos se lo esperen, quizás se le parezca.

martes, 29 de marzo de 2011

El molesto.

Sentía una molesta ocupación hacia el otro lado de la cama y se giró con el fin de evitarla tanto como le fuera posible. El hombre a su lado tenía la maldita costumbre de roncar y se contorneaba arqueando las rodillas de manera que casi le rozaban las extremidades. No podía, siquiera, estirar las piernas, dormir como lo hacen las personas normales, tenía que alcanzar ese nivel de contorsionismo tan molesto. Descansaba dejando sin descanso a los demás y a veces incluso babeaba, como si fuera un bebe y no un hombre. A la mañana, se hacía el café derramando siempre algunas gotas sobre la mesa, no había día en que no lo hiciera, y mira que era fácil de evitar, con solo el hecho de colocar debajo una bandeja o una simple servilleta de papel. Hacía un ruido monstruoso al comer la tostada, destrozando el pan y dejando las migas caer sobre cualquier parte como si se recogieran solas, parecía que estuvieran filmando un concurso para ver quién desayunaba de la manera más desquiciante. Luego, antes de desaparecer hasta la tarde, conversaba acerca de los mismos temas de manera obsesiva y aburrida a más no poder, que si el trabajo, que si el partido de tenis, la última novela que había leído, la que pretendía escribir y luego nunca escribía... Siempre lo mismo de la misma manera. Se sabía sus puntos de vista y podía colocarlos sobre cada conversación como si jugara con un manual de tópicos, si ahora habla de política dirá esto, si lo hace de cine, opinará como lo hacen sus amigos, si pierde en el tenis, vendrá con ese discurso victimista y con escusas más propias de los débiles. Era una bendición que llegaran las nueve, verlo partir hacia el metro dejando un halo de libertad y vistiendo la misma camisa de siempre, descuidada, las incansables ojeras que le adornan el rostro y esos andares que ya no disimulan la edad y dejan flotando una barriga flácida y decidida. El resto del día es el verdadero día y el mundo por fin le abre sus puertas, le invita a vivir y ella contesta que sí, quiero pasar, quiero disfrutar de todo, ahora me toca a mí. La vuelta a casa es volver a una cárcel, sufre en silencio un sentimiento casi sólido, una bola al final del estómago imposible de esputar. Y otra vez aquel hombre en el sofá, esperando con la misma sonrisa postiza. Es insoportable en toda su extensión, verlo arrastrar sus pies por el pasillo camino del frigorífico como un elefante, incapaz de no hacer ruido, verlo tocarse el pelo graso o esa barba andrajosa, que le hace feo de manera atroz, es tan insoportable que más le vale decirle a aquel desconocido que se vaya, mañana mismo lo hará y será un buen día, el mejor de todos los que ha vivido últimamente, lo hará antes de verlo de nuevo desayunar y así se ahorrará ese momento y en poco tiempo lo habrá despachado. Total, él ya se lo huele, como para no hacerlo si se ve al lejos que no le queda nada bueno, nada por lo que nadie sea capaz de aguantarle.

lunes, 28 de marzo de 2011

El Espacio Relatado.

Cuando uno escribe las primeras líneas de un blog, desea que el futuro no las maltrate, que no se conviertan en un proyecto inacabado, en el fondo, espera que estas líneas sean olvidadas cuanto antes y reemplazadas por otras que valgan más la pena.

Quiero establecer en El Espacio Relatado mi residencia mental, que todo lo que se me pasa por la cabeza tenga aquí cabida, mi refugio literario. Ensayo, ficción, pensamientos... me da igual si esos textos son fruto de la emoción o del trabajo. Basta con un único condicionante: Deben ser textos que me sirvan de algo, para ejercitarme, para no anquilosarme, para criticar, para ser criticado…

En el fondo, un blog no es más que el mismo papel en blanco. Cada uno lo rellena a su manera. Yo quiero hacer ficción para, de alguna manera, tratar mi realidad. Y quiero tratar mi realidad para, de alguna manera, hacer ficción.

Espero que me dure el impulso, que por otro lado supongo que sabré mantener (como ya hice durante años en mi livejournal).

En fin, que larga vida a El Espacio Relatado, sean ustedes bienvenidos.