viernes, 18 de noviembre de 2016

Un cuento X

Harto de estar harta, se dijo de salir a la calle como hombre los lunes, miércoles y viernes, y como mujer el resto de la semana. Para qué someterse cada día a la diatriba del espejo si podía ordenarse como las personas normales. Así, Ale era Alejandra algunos días y Alejandro otros, y en consecuencia actuaba: se maquillaba o no, elegía un estilo diferente de americana, se rociaba con uno u otro perfume, portaba el bolso o el maletín, tacones o botas, pulseras o reloj de cuero. Podría comportase por fin sin confundir a nadie. Pero por más que se esforzaba, no pudo separar todo como quien encajona la ropa, y unos días lloraba viendo una película en el sofá con el pijama de caballero, demostraba reflejos al volante los martes, leía las crónicas de fútbol los fines de semana o se dejaba abrir la puerta del ascensor por la vecina el primer día de la semana. Incluso en el trabajo comenzaron a tratarle de igual forma, y le preguntaban igual por el cuadrante vacacional, cómo andaba la familia o sus planes para el fin de semana sin tener en cuenta si dejaba o no carmín en la taza del café. Era como si solo importara la calidad de sus encargos y, tras el ceño fruncido de los primeros días, todos se hubieran colocado, de repente, unas gafas que solo dejaban ver la persona.




martes, 15 de noviembre de 2016

Otoño (Un tributo a Leonard Cohen)

Como arropando mis pisadas, una hoja fue a caer sobre mis pies recordándome porqué suspiraba cada septiembre de la adolescencia, cuando se calmaba el verano empachado de sí mismo hasta quedar extinto, formando parte del paisaje de la memoria. Esos días volvía la vida a encajonarse y con ello tu olor entre abedules, liberándose cada miércoles que, al salir de clase, tropezábamos a ciencia cierta. Con la vejez de los árboles celebraba también el fin de la competencia, la humanidad virando hacia cualquier otra parte. Por entonces, la adolescencia era un terreno hostil con el único refugio de tu abrazo. El rumor de la navidad me ahogaba, llevándote al campamento que acabaría sustituyéndome por otros mejores, y dejando a un chiquillo enamorado recitando imposibles al amparo de la inocencia. Culpaba a mis padres de las catástrofes de las casualidades. ¿Por qué yo no formaba parte del autobús de tus inviernos? Aún recuerdo las tirillas de la camisa descansando sobre tus brazos menudos, nuestra improvisada intimidad bajo los árboles, el acné fruto de tu incontinencia por vivir, tus besos de serpiente inoculándome el veneno del amor. Giraba sin parar por la plaza, como una peonza ensimismada en el ayer. Aún hoy, cuando te veo pasear con el carrito que hereda el brillo tus ojos, siento que las hojas que caen a tus pies te susurran también el porqué de los otoños.



La intérprete

El viejo conferenciante, diez años después de su primer congreso juntos y aún habiendo acudido a las más sofisticadas técnicas de lenguaje corporal, concluyó que la intérprete nunca iba a comprender sus verdaderos sentimientos.