miércoles, 28 de marzo de 2012

La huelga de palabras

La palabras hicieron huelga a la japonesa, pues ese día, eran más importantes que nunca.

Un año de Espacio Relatado

Hace un año ya que abrí este blog. 210 entradas después y más de doscientos relatos, mi realidad ha cambiado por completo.

Entonces trabajaba y vivía en Valencia, y mi vida comenzaba una paulatina cuesta abajo que me llevaría, primero a replantearme mi existencia, y luego a resetearme. Yo echaba de menos Barcelona casi tanto como me echaba de menos a mí mismo. O quizás echaba de menos cualquier cosa que no fuera Valencia, porque recuerdo también que extrañaba Jerez y, sobre todo, extrañaba a mi gente. Estaba pasándolo mal en el trabajo, pasándolo mal sentimentalmente y bajo de ánimos. Paradójicamente, ahora echo de menos Valencia. Eso sí, de otra manera menos sangrante y mucho más amable.

Andaba metido en clases de poesía y la trataba como a una amante de paso. Me gustaban sus formas, su cuerpo, su aroma, su piel… pero estaba enamorado de otra. Quería la poesía como instrumento para la prosa, pero me percaté de que la poesía estaba en todas partes, adoptando formas que antes ignoraba. La poesía, igual que la energía, ni se creaba ni se destruía, simplemente transformaba su estado. Éramos nosotros quién debíamos encontrar la manera de percibirla. Y luego de llevarla al papel. Podía pues, volver al relato y al microrrelato y seguir al tiempo haciendo poesía.

Tenía la cabeza embotada entre pensamientos oscuros, insatisfacciones y el ardor de las esperanzas que un día estuvieron ahí, y que ahora eran pasto del recuerdo. Para curarme, decidí crear el Espacio Relatado.

En él iba a hablar de todo sin hablar de nada, arte en la que soy un experto. Iba a crear ficción para exorcizar mis demonios. Serviría para ejercitarme, escribir y escribir y otra vez escribir casi a golpe de inspiración, con un repaso liviano y como manera de enfrentarme al mundo. Sería, al tiempo, un confesionario dónde mis ideas podrían volar sin ataduras, corsés ni bozales. Por primera vez en mucho tiempo, iba a ser completamente libre. Podría igual crear un microuniverso que hablar de mi familia, mis amigos o mis aventuras por la tierra madre. La única condición: que tuviera una lectura fluida. Que de una forma u otra, fuera como si te lo estuvieran contando. Que se tratara de veras de un espacio relatado.

Y así ha sido. Lo he pasado como un niño pequeño jugando con sus muñecos: Las palabras. Un relato cada dos días, 8900 visitas después (25 por día), y habiendo sido leído por personas de España, Estados Unidos, Argentina, Colombia, Rusia, Alemania, Irlanda, Dinamarca o México, solo se me ocurre dar las gracias a quiénes me han soportado y felicitarme a mí mismo. Cumplo un año y tengo consciencia de ello, qué bien. Vamos a celebrarlo escribiendo.

viernes, 23 de marzo de 2012

El mundo real

Al final, el mundo metaficcional, repleto de códigos, frases encriptadas y anécdotas privilegiadas sobre el que escribía, el mundo representativo de esa, una microsociedad pueril, a punta de navaja, donde los favores se cobraban con favores y las referencias estaban cruzadas o no estaban, el mundo donde los espejos eran lo único importante, donde las autoformas cobraban vida, donde el ego trepaba hacia pedestales imaginarios y las amistades se convertían en papel de fumar, ese mundo, abstracto y obscuro, recóndito y canalla, real e imaginario, tantas veces escrito y descrito, no interesaba absolutamente a nadie.

miércoles, 21 de marzo de 2012

La revuelta zombie

Persiguiendo a ese tipo, el zombi iba pensando que aunque sus andares fueran pesados y torpes, su agilidad francamente mejorable, le faltara un ojo, tuviera el aliento astringente y su tez se volviera cada vez más tersa y rasgada, al menos tenía mejor resistencia física, perseverancia a la hora de perseguir un objetivo y una gran conciencia de grupo. Y eso era algo que les diferenciaban por completo de aquellos que habían tenido que ser antes de lo que eran ahora, seres que corrían como pollos sin cabeza, de una lado hacia otro, sin más plan que seguir viviendo hasta encontrar su salvación traicionando todo lo traicionable. La comunidad zombie no era así, actuaba más sesudamente aunque no les quedara seso, al unísono, dejando en paz a los animales y plantas y dañando solo a quiénes más lo merecían. Sí, su manera de vivir era muy honesta, e infinitamente más sencilla.

martes, 20 de marzo de 2012

La repetición

Y en la repetición, lo metió. Aún estaba el público echándose las manos a la cabeza, insultando al destino y preguntándose cómo era posible mandar esa pelota fuera, cuando, a través del monitor, inició el mismo movimiento de ruptura, recibió el balón filtrado entre líneas, superó con una maniobra espléndida al portero, y esta vez, en vez de trastabillarse y lanzar la pelota al lateral de la red, permaneció erguido primero, se lanzó al suelo después, contactó con el esférico y éste acabó rodando manso hacia el fondo de las mallas. Nada más ver el nuevo resultado de su acción, el jugador corrió como un energúmeno a celebrarlo junto al resto de compañeros. La adrenalina del gol, tan imposible de ignorar. Vamos, gritó, vamos. Al girarse encontró la mirada del árbitro, que tras un segundo eterno, salió disparado hasta el centro del terreno de juego. Por fin era gol. La hinchada parecía ahora más satisfecha con el resultado.

lunes, 19 de marzo de 2012

Bocanada

El mundo ya sabía que se iba a quedar sin aire. No paulatinamente, sino de un día para otro y en un momento concertado. Cada país tendría su hora de fin de aire, según la franja. La fecha había sido descubierta de manera accidental por un grupo de científicos que venían buscando justo lo contrario, una mejora notable en las condiciones respiratorias del globo. Pero ahora resultaba que no. Que nada iba a mejorar y sería muy al contrario. Que un fenómeno imparable venía doblando la esquina. Y de nada valía guardar oxígeno para luego consumirlo, porque no se trataba de que éste fuera a desaparecer, sino que todo el que había iba a pudrirse provocando la asfixia de cuanto hubiere. Así, los que no estaban buscando aún remedios a contrarreloj, pensaban en qué iban a gastar su última bocanada de aire. En si iban o no a hacerlo en grupo, si merecía la pena acabar con un beso o un abrazo, si valía la pena probar algunas de las técnicas de contención que se habían difundido por la red o si era el momento de permitirse alguna extravagancia como lanzarse de un precipicio con tal de sentir el vuelo. O en otra línea, si no debieran expulsar cuanto antes el aire para no prolongar la agonía, si no era mejor vivir el resto del tiempo sin planes, hacerlo como el que nunca había oído sobre ello, si no era, después de todo, lo mejor acabar lanzando un grito, un alarido de queja, de agradecimiento, de reproche o de anhelo, que escupiera al aire cualquier cosa que les hubiera quedado por decir, el último desahogo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Los muebles del amor

De repente, sonó el timbre de la puerta, cometió la imprudencia de abrir sin preguntar y entraron unos hombres que fueron directamente a llevarse la cama de matrimonio. Regresaron, en poco tiempo, buscando un anillo de entre los que había en el joyero. De seguido, la guitarra, el teclado y un cajón rebosante de folios donde guardaba sus composiciones más preciadas. “¿Vas a ver películas con ella?”, preguntaron. La duda fue interpretada como un sí y se llevaron también la televisión y el DVD. Después, le pidieron que nombrara aquellos objetos que pudiera volver a compartir y que no tuviera sentido dejar allí, ahora que querría compartirlos con otra persona. Tampoco contestó, así que cogieron la cámara fotográfica. Lo demás, ya sabes, lo tendrás que llevar a cuestas.

(*De la frase de Joaquín Sabina, “Esa empresa de mudanzas, con los muebles del amor”, en la canción Nos sobran los motivos).