lunes, 30 de enero de 2012

El crecimiento

Su hijo se levanta como un temprano adolescente, cuando se había acostado siendo todavía un niño. Ya era el quinto día que despertaba habiéndose sucedido dos años durante el descanso nocturno, de apenas ocho horas. Hace seis días poco más que un bebé, y ahora esto, fuera lo que fuere. La madre lo mira desde el pasillo a través de la chivata rendija de la puerta, lo ve enojado arrancando de las paredes los posters de futbolistas que habían colocado juntos dos días atrás, y cómo los va sustituyendo por otros de grupos de música y algunas referencias de las que solo logra comprender que están más acorde a la edad que al chico le toca, y más lejanas de su propio tiempo. Ahora quiere quitarse el pijama y cierra la puerta con una mirada de desaprobación, quién te ha dado permiso, parece expresar la rabia de sus ojos. La piedad no existe en tiempos de adolescencia. Luego vuelve a abrir y se queda mirando las paredes de su habitación, urdiendo su próximo objetivo: Quitar de una vez ese azul cielo más propio de infantes. La madre permanece en el pasillo, medio a oscuras, como si el mundo estuviera empeñado en ensombrecerla. El hijo pasa a su lado vistiendo una ropa ya ajustada y marcha hacia el colegio. Ni siquiera dice adiós o se despide con un beso. Mañana, cuando tenga dos años más y ella le espere en el pasillo renegando del tiempo vertiginoso, puede que ni siquiera lo sienta irse, que lo haga saltando por la ventana con tal de evitarla o que vaya a reprocharle, esta vez con palabras, que siempre esté metiéndose en sus cosas y que no le deje en paz, que él no es el mejor niño del mundo ni lo va a ser nunca, que tampoco ella es la madre perfecta.

domingo, 29 de enero de 2012

El otro amor

- Pues yo creo que no. Que el amor tiene tu rostro, tus labios, tus piernas malditas y tu espalda de sirena y nada más que no seas tú. Yo creo que el amor empezó contigo y terminará cuando te extingas, con el fin de tu era, cuando no quieras que te quiera.

viernes, 27 de enero de 2012

El amor etéreo

- En realidad puede que ya haya encontrado el amor, fíjate lo que te digo, que esté diseminado en el espacio tiempo y no me haya dado ni cuenta. Puede que lo haya encontrado un día en los ojos de esa chica triste, que luego estuviera en los brazos de otra, en ese cuerpo que se bamboleaba como una serpiente venenosa, en los besos torpes de cuando los trece años. Puede que el amor no tenga un tiempo ni un lugar, sino que tenga tiempos y lugares, y puede que esté aquí y ahora visitándome y yo sin saberlo, iluso de mí, puede que lo haya dejado escapar mil veces y aún así sea él el que vuelva y no al revés, que me haya dejado un gramo de su nicotina para la vejez o para el momento en el que menos me lo espere, cuando tenga, por fin, la vida ordenada y entonces venga y me la desordene y se deshaga todo como una torre de naipes. El amor, quizás, de absoluto no tenga nada. Quizás esté evaporado, vagando sin rumbo, posado en cualquier parte.

Se precisa escritor

Se precisa escritor especialista en novela, relato y microrrelato para empresa con nuevas oficinas en Barcelona y horario de 9:00 a 19:00, con descanso de 2 horas para comer. La sede está situada en Carrer de Diputació 401. Entrevista personal y sueldo según valía. Preguntar por Teresa.

El candidato espera en una antesala con cuatro asientos dispuestos en forma de ele. Una joven le observa, disimuladamente, desde el asiento contiguo. ¿Qué escribirá? ¿Relatos? ¿Novelas? ¿Poemas, quizás? No es fácil adivinar el talento cuando se esconde tan hondo. Su juventud podría ser un tesoro, aunque también una carga inaguantable. En eso, se supone, le gana el candidato, en madurez, aunque la madurez no sea uso exclusivo de los viejos y el hecho de tener la prosa viciada quizás sea también un aspecto negativo. Ambos sostienen un libro entre las manos, por eso de la espera, que ni siquiera están leyendo. ¿Pero habrán elegido bien? Según qué libro leas, te considerarán de una manera u otra. Y aparentar ser un posmoderno, un realista o un amante de los clásicos podría acarrear terribles consecuencias. Tampoco ir a la última como una veleta parece una alternativa aconsejable. Lo mejor es decantarse por un autor de culto, casi secreto, algo fuera de las tendencias y de indudable valor literario. Estaría bien que ni siquiera lo conocieran. Por eso él elige a William Saroyan. Por eso ella forra el libro y no se puede ver el autor desde fuera.

La espera resulta pesada y el candidato piensa en las preguntas que le van a hacer y que nunca supo contestar, que porqué escribe, que dónde quiere llegar con la escritura, que con qué género se siente más cómodo, que si puede la literatura cambia el mundo o no, que cuáles son sus próximos proyectos, que quiénes sus autores favoritos… Como si existiera una respuesta para todo. Y escribir es hacerlo y nada más que eso. Pero si quiere el empleo, lo mejor sería tener algunas respuestas pensadas. Algunos tópicos sacados de las revistas. Recuerda algunos que podrían serle útiles. Pero… ¿Y si los han leído también? ¿Cómo refugiarse del inmenso conocimiento de los demás? Diciendo que estás parafraseando, claro, pero hacerlo en cada respuesta es no tener opinión propia. Y cuenta mucho tener una voz reconocible. Aunque ya se ha hablado de todo alrededor de la escritura. Todos los caminos tienen una vereda hecha y apenas encuentras lugares vírgenes. Al final, será, como siempre, una cuestión de elegir las palabras adecuadas y jugar con el orden de los elementos. Lo que ha estado haciendo toda la vida.

Por fin, la recepcionista se acerca y pronuncia el nombre del candidato. Acuda al despacho de la segunda puerta, a la derecha del pasillo, por favor. El candidato se levanta, guarda su libro en el bolsillo, hace un gesto de despedida hacia la joven, se ajusta la chaqueta y sigue las instrucciones. En el despacho, le espera un asiento y una voz que dice, “Hola, ¿Javier, no? Encantados de conocerte”.

jueves, 26 de enero de 2012

El bazar de Petra

El bazar de Petra funciona en base al trueque, nada de compra-ventas. La idea ya ha sido exportada hacia algunos países lejanos. Ofrece un sistema de aporte y quite sencillo: Uno lleva cualquier cosa rota y, en compensación, se lleva otra con el compromiso de arreglarla. El sistema garantiza el reciclaje. Por sus amplios pasillos se puede encontrar todo tipo de roturas y desperfectos divididos en sectores, edades o el grado la de rotura. La zona de juguetes suele poblarse de manitas que intentan restaurar el legado de una infancia perdida. El sector de casa y hogar, es otro ejemplo de transacciones que se suceden con extrema fluidez. Igual que el de las bicicletas, ferretería u otros objetos de anticuario. Aunque hay varios sectores con un desfase preocupante; el de las relaciones que se rompieron no se sabe cómo, el de los orgullos caídos o las promesas que se desvertebraron. De esas, hay muchas entradas y pocas salidas, la gente deja el cadáver de su relación, sus esperanzas destrozadas o el lodo de su desengaño y luego, pese a que lo intentan, se llevan algo material porque no se ven capaces de restaurar algo como lo que han traído. Y es que hay cosas que son muy difíciles de arreglar.

martes, 24 de enero de 2012

S.O.S

Capitán, deje ya el barco por favor, se lo repito, sabe por dónde hacerlo en caso de emergencia, no dude y bájese, no tiene obligación de seguir, se lo aseguro, no hay nadie allí dentro, está visto y comprobado, las barcas han ido rescatando a todos los pasajeros y ya están sanos y salvos en algún lugar del puerto, el personal del barco, los operarios, todos, se han ido hace tiempo, déjelo hundirse y véngase hombre, ya tendrá otro barco tarde o temprano, no es más que hierro y acero y unas cuantas placas de aluminio y unos tornillos si me apura, Capitán, váyase, se lo repito, es una orden, lo más importante está ahí afuera, siempre ha sido así, la vida le espera encantada; su mujer, sus hijos…

Pero nada sonaba, ni un mísero ruido, al otro lado de la radio.

lunes, 23 de enero de 2012

El puño de Ibrahim

Según la NASA, el meteroide Ibrahim, que avanza por la vía láctea a una velocidad de veintidós mil kilómetros por segundo, colisionará violentamente con un satélite al que han bautizado con un nombre de orden numérico, no recuerdo exactamente cuál, desfragmentándose inmediatamente en más pedazos, un total de diecisiete para ser precisos, y quizás después, unos cuantos de esos diecisiete se romperán en varios pedazos más, pero eso ya no importará, pues será solo el primero de esos pedazos el que tenga relevancia, sí, ya que dibujará una trayectoria directa hacia la órbita terrestre y allí, pese a que la atmósfera de la tierra desintegrará parte de su volumen, no será suficiente para volatilizarlo y una gran masa de material rocoso, conocido ya como meteorito, alcanzará un punto exacto de la superficie y ese punto exacto resultará ser, precisamente, el lugar donde vivimos.

Afortunadamente, el lugar dónde vivimos es una población de apenas quinientos habitantes situada en un rincón poco apetecible de la Cordillera Penibética, y no resultará difícil recolocar a todas las familias, entre las que hallo a mis vecinos, amigos o familiares, en viviendas de protección oficial de poblaciones cercanas o poblaciones dónde se hallen los familiares de los afectados, evitando así el total desamparo y hasta que puedan, quiénes tienen competencia para estos casos, ofrecer una solución estable y duradera. Además, el meteorito, que viene ya rebotado y vendría a ser algo así como una de las extremidades, o un pulmón, o un hombro o los ojos o las orejas de Ibrahim, no tiene la fuerza primigenia con la que salió de no se sabe dónde (solo tenemos conocimiento del 4% del universo), y simplemente provocará un daño irreparable en la zona, un tremendo socavón de la textura superficial de la tierra, un temblor que afectará a todas las poblaciones cercanas pero que no llegará al grado de catástrofe ni muy alto en la escala Richter, no habrá siquiera un tsunami en las aguas más próximas y, ni mucho menos, un Impact Winter, es decir, un invierno por impacto, similar al que pudo extinguir a los dinosaurios y que provocaría una extinción en masa en todo el planeta. No, esto era una especie de accidente doméstico de la Tierra con el espacio en el que vive, como si hubiera ido al cuarto de baño y resbalado con el agua de la bañera o como si se hubiera atorado tomando un poco de caldo, nada más que eso. El Secretario de Estado insiste en que, dentro de la gravedad, no es para sentirse desafortunados y preguntarnos por qué, de todos los sitios donde pudo caer el meteorito, cayó en nuestra población, sino al revés, tenemos motivos para sentirnos aliviados, ya que hubiera sido mucho peor soportar el castigo de un meteorito de mayor volumen y jerarquía, lo que hubiera provocado, no nuestro desplazamiento de un lugar a otro, sino el irremediable fin de todo cuanto nos acontece. Y sí, escuchándolo, uno no puede evitar estar de acuerdo, pues cualquiera en su situación pensaría y obraría de igual manera, el problema surge cuando uno se casa y habla de acompañarse en la tristeza y en la pobreza, en la enfermedad y en la muerte, y entonces, tu mujer, de buenas a primera, sin consultar y como si fuera la reacción más lógica del mundo, dice que no se va del pueblo, que es una manera de abandonar su memoria y sus raíces, es decir, lo mismo que abandonarse a sí misma, y que ya puede la NASA o el gobierno o quién sea decir misa, ella, caiga uno o infinitos meteoritos, una lluvia de fuego o se inunde el pueblo por completo, no se va de aquí ni aunque la obliguen. Y algo hay que hacer porque, si las previsiones aciertan, que acertarán en un 99,99% de las probabilidades, dentro de trece horas, el meteoro habrá dejado a mi mujer como si una tonelada de cemento cayera de repente sobre una hormiga.

Desde que lo supimos, todo ha sido una inevitable contrarreloj; la del pueblo por salvarse física y espiritualmente, la del gobierno por librar con nota el compromiso, la mía por salvar la vida de mi mujer. Los primeros han preguntado si es posible restablecerse pasado un tiempo de la catástrofe (como si todo fuera así de sencillo, montar y desmontar un pueblo entero), cuánto calculan que durará la cuarentena antes de que puedan volver al lugar de los hechos y si es física y químicamente posible, han creado una plataforma y se han reivindicado, de repente, como una de las asociaciones en pro de los derechos fundamentales de cualquier civilización. No hay nada como sufrir el mal en tus carnes para sensibilizarte con los demás. Mi pueblo, al que nunca le importó qué ocurriera más allá de sus calles y sus caminos de tierra, ahora, resulta ser el paradigma de la solidaridad moderna. El gobierno, sin embargo, ha sido parco en palabras y agresivo en sus hechos. Se ha portado bien, a decir verdad, aunque solo sea por la presión de los acontecimientos. Suena a broma que sigan tratándonos con máscaras de carne y esas sonrisas postizas, como si uno no supiera cuándo se ha convertido en un problema.

En cuanto a mi mujer, la cosa ha ido involucionando hasta un punto de no retorno. Lo primero que hice fue intentar hacerla entrar en razón. Pero qué es la razón y quién tiene derecho a apropiarse de ella, preguntaba, y siempre parecía tener una réplica preparada; si apelaba al sentido común, respondía diciendo que no había mayor sentido común que aferrar tu vida a un lugar, enraizarte para reconocerte, para saber quién eres, de dónde vienes y hacia dónde te diriges, si hablaba en términos prácticos, se trataba de vivir o no vivir, me llamaba desalmado, y si por el contrario sugería afrontarlo como un nuevo comienzo, una vía de escape de la rutina, decía que no tenía respeto a la memoria y que ya éramos mayores para eso. Luego se molestó aún más cuando dije que hablaría con sus padres al respecto si era necesario y me gritó traidor y estuvo algunas horas sin hablarme.

Afortunadamente no es rencorosa, aunque sí testaruda. Lo suficiente como para dirigirse al alcalde y su equipo expresando sus inquietudes: hay dinero para enviar un cohete al espacio pero no para salvarnos de un asteroide, decía, hay dinero para rescatar un banco pero no para usar algo que desvíe este inmenso trozo de tierra, hay cosas que merecen la pena ser rescatadas señor alcalde y ésta es una de ellas, no lo haga por nosotros, hágalo por tantos otros que pasaron por aquí y que creyeron dejar un legado eterno. El alcalde, atónito, solo podía encogerse de brazos. Pero la voluntad de mi mujer es infranqueable, aunque sus intentos hayan sido estériles y en el pueblo la gente se debata entre considerarla una loca, una mártir o una visionaria. Está tocá del ala, decían los últimos jóvenes que permanecieron en el pueblo, en el fondo tiene toda la razón del mundo, me comentó Ernesto ayer en la plaza, oye, que la respetamos, me dijo, solemne, la presidenta de la reciente asociación por la memoria del pueblo. Diversidad de opiniones, pero nadie que me ayudara a buscar una triste solución, la policía dice que no puede obligar a nadie a irse de ningún lugar, que ya suficiente tienen encima y que no va a acordonar un pueblo entero porque mi mujer haya elegido un atajo hasta la muerte.

Al final, no me ha quedado más remedio que drogarla. Esta tarde hemos paseado por el pueblo, ya desierto. Las casas estaban vacías y algunas notas de despedida adornaban sus puertas. No había ni un alma pisando las piedras de la calzada y solo se escuchaba el extraño piar de los pájaros, el silbato del viento y, en ocasiones, el quejido del silencio. Es triste un pueblo sin vida. Mi mujer me abrazaba convencida de que no habría un mañana, orgullosa de mi última prueba de amor. Me daba la mano con el mismo ímpetu que cuando éramos adolescentes. Decía que no tenía porqué acompañarla en ese, nuestro último paseo, que no se hubiera molestado si me hubiera ido, que era una decisión personal y ya está, pero que estaba contenta de que estuviéramos juntos. Le miré a los ojos y le dije que, aunque me costó comprenderlo, ahora estaba seguro de que este era el mejor final posible. Luego fuimos a casa y preparé la cena, le dije que dormiríamos poco para así aprovechar la mañana, hasta que a mediodía, si todo salía según lo previsto, cayera el meteorito. Introduje varios somníferos entre la bebida y la comida y me cercioré de que lo ingiriera. Desde su inocencia, apenas notó el desvarío del sabor. Después, no tardó más de una hora y media en caer rendida.

Ahora conduzco aceleradamente por las afueras del pueblo. En tres horas estaremos tan lejos que el meteorito solo será una noticia más del matinal. El bulto que descansa en la parte trasera del coche es mi mujer. Tendida, no espera un mañana. Cree que el fin ha sido la asumible consecuencia de luchar con dignidad por una causa y unos ideales. También que, a veces, hay algo más importante que el simple hecho de estar vivo. Que hay formas y formas de pasar a la eternidad. Y noto como, aún dormida, su mirada se clava en mi espalda y una angustia consigue comprimirme el pecho. El puño de Ibrahim, moliéndome a golpes.

jueves, 19 de enero de 2012

Cadillac solitario

Siempre quise ir a L.A., dejar un día esta ciudad, cruzar el mar en tu compañía. Pero solo he cumplido lo de dejar la ciudad. Ni siquiera me voy contigo, me voy solo a perderme entre las sombras. Parecía una salida sencilla cuando lo planeábamos sobre el papel, tú y yo usando el botín para buscarnos la vida al otro lado del Atlántico, sin prisas a bordo del Cadillac, pagando un hotel de carretera si el cansancio nos vencía, entregándonos como los niños se entregan al sueño americano. Tú serías actriz de musicales y yo cantaría rancheras de amor con mi guitarra española. Ay, esa vieja e imposible fantasía. Las cosas no han salido como soñábamos niña, y ahora vago en la furgoneta de tu primo dando vueltas sobre mí mismo. Los pasaportes se han quedado contigo, heridos de muerte sobre la calzada. Buscábamos la libertad robándoles a los ricos y nos hemos quedado más pobres que nunca encerrados en esta pesada broma que es la vida. Quizá te escriba una noche desde el fondo de mi vaso y te mienta diciendo que conseguí salir de aquí, que vago por el desierto respirando el polvo de Arizona, que todo es tal y como imaginábamos y mucho más que eso. Te diré que canto en los bares rancheras que llevan tu nombre y que el sueño americano era solo un anzuelo para atraparte, que me da igual estar aquí o en otro lado si no es contigo, que los cactus, la brisa y el sol inclemente no te hacen más libre sino más salvaje, y que de salvaje que soy me voy a volver loco porque no estás a mi lado. Puede que así sonrías y sepas, al fin, perdonarme, pensando que la mitad de nuestro sueño sigue volando, en algún lugar, tan real y tan auténtico como hubiéramos deseado.

miércoles, 18 de enero de 2012

La nueva Pangea

Las últimas investigaciones filtraron lo que ya era un secreto a voces: Que los continentes iban a ir acercándose hasta unirse, de nuevo, formando una segunda Pangea. Era la consecuencia inmediata de depender de imprevisibles flujos tectónicos. La próxima composición de un todo amenazaba con producirse en apenas diez años. Los denominados continentes serían, en poco tiempo, un concepto arcaico. Se formarían grandes relieves y el hombre pisaría generalmente a mayor altura y más alejado del mar. La mayoría de países optaron por ir fortaleciendo, poco a poco, el control de sus fronteras y se iban preparando para contener nuevos flujos migratorios. Los países que, hasta ahora, contaban con el mar y la industria derivada (turismo, pesca, intercambios comerciales), preparaban vías alternativas de subsistencia, trabajando sobre hipótesis e imaginando un nuevo orden de las cosas, aún incierto. Se quejaban de su nueva situación y pedían un reparto equitativo de los beneficios, o al menos, una compensación por daños y perjuicios. ¿Pero quién iba a responder ante aquello? Los privilegiados que iban a gozar exclusivamente del mar, sin embargo, venían a decir que cada barco aguante su vela y ya andaban haciendo cábalas sobre sus posibles beneficios. Asomaban buenos tiempos. Solo existía un punto en común, todos los que estrenaban fronteras, ya fueran unos u otros, sentían una significativa pereza por iniciar relaciones diplomáticas con los países de al lado, y hubieran preferido, en cambio, que todos los países se hubieran separado como islas independientes, abandonados a la deriva a su suerte y condenados a bastarse por sí mismos. Sí, hubiera sido mejor eso que el fastidio de los nuevos vecinos.

martes, 17 de enero de 2012

El titular

Hola, buenas noches, dijo la presentadora al comienzo del telediario, como acostumbraba. No todo va a ser hablar de la crisis y de las noticias más destacadas en el ámbito nacional e internacional, hoy comenzaremos esta edición del telediario hablando de mí misma. Porque, ¿nadie se ha parado a pensar qué puedo estar sintiendo yo acerca de todo lo que informo? Nadie sabe lo duro que es hablar, un día sí y otro también, de los problemas que hay ahí afuera, nadie se hace una idea de toda la gente para la que soy la mensajera del miedo. Y no, no compensa que un día al año abra con la lotería o el cese de algún conflicto armado, el terror infatigable que sucede cada día. El terror de no tener trabajo o de los niños que mueren tan frecuentemente que dejan de ser noticia. Soy el rostro de los ERE, de los desalojos, de las cargas policiales; soy el rostro de la muerte. Y así no hay quién te pueda amar, ya estoy cansada de estar sola y abrigarme cada noche con el orgullo de mi éxito profesional. Ahora quiero que me abrigue un hombre, alguien que me ame por encima de mi figura postín y de tener el placer de conocerme. Solo eso quiero, ya ven, nada del otro mundo. Bueno, y tener hijos si es posible, que una también tiene ilusiones a largo plazo. Sin más, pasemos a otros titulares del día.

lunes, 16 de enero de 2012

La casa encendida

El manifestante llegó a casa después de una dura asamblea y protestó por la calidad de la comida precocinada, por el desorden que presentaba el salón, por el griterío de los vecinos, por el excesivo volumen con que su familia escuchaba el televisor, por el penoso informativo que estaba obligado a soportar, por la escasez de atención que le prestaban sus hermanos a cualquier cuestión cultural y por la perenne endeblez que sus padres mostraban en los aspectos educativos. Con esa coyuntura, como para no perder el hábito de conformarse.

sábado, 14 de enero de 2012

El tesoro

Cuando el pirata avistó cómo el sol y la brisa pactaban el día perfecto, y detuvo su vista sobre un albatros que revoloteaba por las astas del barco, y contempló su bandera ondeándose con enorme diligencia, y escuchó el griterío de los compañeros que no dejaban de tomar ron, y vio, finalmente, cómo unas cuantas mujeres deambulaban por el barco como si navegar no fuera solo cosa de hombres, se preguntaba si no habrían encontrado ya ese tesoro que andaban tanto tiempo buscando.

viernes, 13 de enero de 2012

Horas extras

Yo me encargo, dijo, dejadme a solas por favor, suplicó, tan solo necesito un momento, incidió, comprendedlo, es difícil para mí, pero el forense del depósito nunca movió un cadáver que, por otra parte, era la mujer de su vida. Habilitó una de las cámaras que solían estar vacías y olvidadas, se aseguró de que nadie pudiera abrirla sin su consentimiento, creó un parte falso de cremación, dispuso de una urna falsa el día del entierro y siguió la vida como acostumbraba, solo que ahora, en vez de hablar en casa a la vuelta del trabajo, tenía que quedarse en él aludiendo cualquier excusa con tal de terminar hablando con su mujer de la vicisitudes del día a día, de estos nuevos horarios que estaban alterándole el sueño, de lo difícil que resulta, de pronto y siendo ya mayor, renunciar a la compañía. Ella siempre había sido una mujer callada, de piel pálida y fría, en el fondo, no había cambiado gran cosa.

jueves, 12 de enero de 2012

La maldición del quebrado

Lleva tiempo despierto a las siete de la mañana, cómplice de esas sombras que se estiran como un manto silvestre. Está acostumbrado a horarios partidos, dormir de día y dormir de noche, nunca más de cuatro horas ni menos de dos. El ascensor suena a través de la ventana de su habitación. Ya hizo varios viajes para despertar la vida, llevándose a gente a la perdición de la maraña urbana. Encuentra cómoda esta quietud social, antes del big bang del día a día. Aunque el silencio esté lleno de preguntas, nadie se atreve a formularlas.

Se enfrenta al ordenador y toma asiento en el andén de los que están por sumarse a alguna causa, como si el hecho de esperar antes de tiempo le otorgara más opciones cuando intente remontar el tren en marcha. Pero no, todos los trenes se escapan y siempre queda la misma estación. Pesan mucho las maletas cargadas de noes.

Las horas no entienden de nostalgias. La espalda comienza a quejarse y el cuerpo se desarticula exigiendo movilidad. Es el momento de andar la calle. El mundo ignora sus pasos sobre el asfalto, ese ir y venir desde ninguna parte hacia ningún lugar, preso de una actividad enferma. Cuando regresa, está cansado pero no sabe de qué. El vacío sobre una casa vacía.

La segunda parte del día le sobra, es la que se dedica a sí mismo. Se busca entre los recuerdos y siempre se halla mejor, con el rostro vivo, con una sonrisa impensable. A la noche, ignora su teléfono y pone una película, la ficción de una vida digna. Pero el sueño le va venciendo mientras difumina su propia evasión. Es el segundo quiebre del día, los minidías, los sueños interrumpidos. Casi dormido, se pregunta si no será el presente una rémora del pasado.

miércoles, 11 de enero de 2012

Se equivocó la paloma

De Jerez siempre me voy arrepentido y con el rabo entre las piernas, como si estuviera poniéndole los cuernos con otra, más alta, más guapa, mejor preparada, menos auténtica. Luego vuelves y la encuentras viejecita, hecha un cromo, como si el tiempo solo pasara por ella. Sus negocios cierran, sus autobuses se incendian y su gente, se escapa, se conforma o se suicida. Y uno siente la obligación moral de rescatarla, de despertar la pasión que la inundaba otros años, cuando Jerez lo era todo y todo lo demás no era nada. Alguna vez he pensado en volver y montar un negocio, algo que tenga que ver con la literatura, una idea de turismo que a veces me viene a la cabeza, cualquier cosa con tal de justificar mi compromiso con el sitio donde nací y, sobre todo, con la gente que lo habita; pero es hacerlo y sentir una cuerda anudándome el gañote y un sudor frío recorriendo mis entrañas. Y no puedo dejar de pensar que mi vida está muy lejos y que al mismo tiempo, haga lo que haga, siempre me sentiré como la parte insolvente de un pacto destinado a incumplirse.

lunes, 9 de enero de 2012

Se le murió el amor

El cartero llamó a la puerta y trajo un paquete firmado por el Destino. Estaba sellado como urgente, certificado y venía con una nota a su nombre. “Lo que te pierdes”, decía, en grado de tentativa. Abrió el paquete y salió a relucir un álbum de fotografías. Pudo verse en instantáneas que nunca se dieron: Abrazado a su exnovia en el convite de la boda de su mejor amigo, paseando en un pueblo con mar una noche después de un concierto, en una comida familiar donde ya no aparecía su abuelo, en su propia boda arropado por sus invitados, paseando con el hijo que compartían o con un niño más en una fotografía íntima. La impresión amenazaba con agrietarle el pecho.

Y es que todo el mundo conspiraba en contra de su desamor. Desde el panadero, que ya no guardaba el pan caliente como antes sino que se apresuraba a meter en la bolsa cualquier barra mañanera, hasta el del contador de la luz, que no pasaba a la hora habitual, sino que dejaba un aviso y después apáñatelas como puedas, pasando por los vecinos más cercanos, antes joviales y atentos, ahora huraños y reticentes, y acabando por el sacerdote de la parroquia, que le miraba al pasar con la cara con la que se condena el pecado; nadie, ninguno, aprobaba la decisión que había tomado. Su venganza colectiva consistía en alterar el orden mínimo de las cosas, esa suma de menudencias que, agrupadas, son la salsa de la vida, lo que hace que te sientas como en casa. Dejarla era perder el derecho a una vida mejor. Y cómo culparlos si incluso él, cuando se miraba al espejo, lo hacía con la culpa anudada en el cogote y un punto de nostalgia.

Pero no hubo más remedio que hacerlo. Daba igual las argucias del cartero con el Destino o el desprecio público que parecía haberse ganado, uno sabe cuando algo le ha vencido y tiene que sacar bandera blanca. Hacía tiempo que sentía que su amor se había ido, igual que un día vino, volando como el mensaje de una paloma. “Ahora te quiero”, “ahora no”. Llevaban seis años juntos. Los primeros cuatro frecuentando juntos el barrio; aquel rincón del parque donde el sol se exhibía, las despedidas en la parada del autobús o parando un rato en el portal de casa, soportando un trasiego de vecinos que no hacían más que felicitar su amor con la sonrisa. Después, vivieron juntos dos años hasta el día que no pudo esconderse más de sí mismo. Solo tuvo que practicar eso tan difícil que es decir la verdad. Ella era una chica jovial y transparente, perfecta. El tiempo no hizo más que humanizarla hasta descomponer su amor. Nadie más que los que se quieren de verdad pueden vencer el hechizo infernal de la rutina.

Ahora, miraba en el portal a unos adolescentes cogidos de la mano, inmersos en un bucle maldito por el tiempo, y casi se echaba de menos. Él siendo como era y ella a su lado. ¿Pero cómo mantenerse vivos sin la ayuda del amor? En la calle, los conocidos seguían preguntándole por su vida común, y los amigos, con mayor insipiencia, buscaban motivos para lo que no había más que un motivo: El fin de lo que se daba. Desde las redes sociales le llegaban comentarios indivisibles, con él y ella como sujeto único y paciente, imposibles de contestar sin contar con el otro lado.

Si salía, la calle le señalaba con su dedo acusador mientras él se preguntaba, ¿Quién protege a los que dejan? ¿Quién salva al cómplice de la soledad? ¿Quién ampara a esos a los que se les muere el amor?

domingo, 8 de enero de 2012

Los recortes

A todos los sectores y profesiones iban a llegar, de manera ineludible, los recortes. Pero para los peluqueros y algunos delanteros centros y mediapuntas de primera división no fue ningún problema, ya que, sencillamente, los llevaban practicando casi toda la vida.

viernes, 6 de enero de 2012

El regalo

El niño, viendo rebosantes de felicidad a sus padres, cogió el paquete con sus manos y fingió, un año más, que esa fantasía de los tres señores que traían regalos se la estaba tomando absolutamente en serio.

jueves, 5 de enero de 2012

La batalla

Las hordas se alinearon al paso de su alteza con vistas a asaltar su objetivo. Esperaban ansiosas su momento, ataviadas con sus mejores armas, con el infierno bullendo al fondo de sus ojos y las manos engarrotadas. La adrenalina se disparó justo cuando el sol caía detrás de la muralla. La masa, enfurecida, se abalanzó hacia delante al grito de “¡Caramelos, caramelos!”.

miércoles, 4 de enero de 2012

Maneras de dormir y Hombre con barba al final del pasillo

De este microrrelato que vais a leer a continuación, salió el relato que pongo inmediatamente después, y que me valió un premio en Estepona, hace dos años. Mi gran pesadilla de la infancia.


Maneras de dormir

El niño, empeñado mientras dormía en protegerse de la oscuridad amenazante, se echó por encima una manta tras otra hasta quedar sepultado.



Hombre con barba al final del pasillo

Lleva tres noches viéndolo al fondo del pasillo, cuando se vencen las horas de los vivos y dónde asoma ya la entrada que ofrece el cuarto de baño. Agazapado, el hombre de la barba lo mira. Podría estar de cuclillas o escondiendo algo, no lo sabe bien, quizás un arma blanca o unas manos en forma de soga. Imagina, siempre imagina pues nunca le ve apéndices, ni siquiera el torso o la curvatura de la espalda, pero asoma su frente y su pose gacha parece distinguirse bien. Sí, asoma y contempla, como una mala vibración que vuela posándose en el firmamento de sus ojos, pero al tiempo rehúsa la mirada escondiéndola bajo las sábanas. Se pregunta quién le dijo nada, porqué sabe ese hombre su dirección, dónde duerme y qué le motivó a que acuda sin falta tras cruzarse sus caminos durante una noche de insomnio; cómo consiguió las llaves de casa y hacer girar la cerradura que abre sus pesadillas y con qué fin se cuela sin ser visto, una sombra sin sombra, arrastrándose al modo de una lagartija mientras sus padres ven la televisión y se sucede el drama a espaldas del sofá. Manteniendo su mirada hipnótica, pétrea y concentrada, no hay desafío para el que siempre vence. Responde el vencido usando la manta como cárcel de seguridad, abarcando sus contornos y, por fin, le descansa el temor, que estira sus músculos a cambio de sofoco. Alarga su nariz obligándose al aire, saca los ojos de la cueva pero de nuevo asoma el infierno y las llamas lo abrasan. El pasillo otra vez, esa mirada feroz e imperturbable. La tensión sacude sus fuerzas y después lo mece hasta dormirlo por agotamiento.

La noche siguiente permanece ahí. Cómo una gárgola de acecho rígido y pétreos pensamientos. Idéntica sombra, la misma luz se filtra desde la mampara que exhibe la puerta del salón, como si de una puerta de oficina se tratase. Una luz muerta alteradora de sueños, el fósforo cansado que da cuerpo al hombre de la barba. Ya podrían, papá y mamá, haber cambiado de puerta, total, es lo que sucede en las mudanzas, y se recuerda mudándose y llegando hormiga a una casa virgen y desnuda, cuando todavía nadie la visitaba y ni mucho menos ocupaban sus noches para inundarla a temores. No habrá pasado más de un año y aún no han cambiado las puertas. Podrían haberle ahorrado estas noches de insomnio.

Cierra la puerta de la habitación cuando cae la tarde. Pretende cortar ese hilo eléctrico que une su mirada al rostro del desconocido hombre de la barba. Cierra la puerta en una misión en ráfaga, corriendo sus pasitos avanzan a toda prisa sobre los azulejos que hierven, la puerta hace clic y al camino de vuelta lo preside el silencio… pero dura poco. Cinco minutos después su cabeza es un almacén de sonidos que se colapsan. Pequeños y molestos crujidos. Quizás son ruidos o quizás no, piensa, sí, lo son, un traqueteo de la puerta que podría provenir del viento, pero qué viento, de esa milésima de aire que empuja la puerta contra el marco y hace toc. Será eso o el hombre de la barba esperando su momento para entrar. Sus manos acariciando el lomo de la puerta, sus dedos preparándose para un futuro mejor. Bajo el resquicio que separa puerta y suelo, asoma una luz que tintinea, que va y viene como si alguien se interpusiera en su afán de dejarse embeber por la habitación. Alguien que esboza una sonrisa de aliento áspero, que sujeta un plan y pretende llevarlo a cabo.

Por la mañana registra hasta el último rincón de la casa. El sol lo salvaguarda, el ruido de la calle lo arropa, la televisión sorda, mamá en la cocina que casi puede protegerlo. No como cuando se atonta en el sofá y se deja embargar la esencia, cuando es menos madre que nunca y permite al hombre de la barba pasar y mirar. En la puerta del cuarto de baño cuelgan varios albornoces, en familia conforman un bulto que podrían ser su espalda. Pero es más cerca seguro, lo ve pisando ya las lozas del pasillo, a tres pasos, no más, de acceder a la habitación. Quizás esconda algún objeto en los cajones de la mesita, por eso es importante buscar, al lado del lavabo. Pero no hay rareza alguna. La afeitadora de papá, manoplas, algunos clínex, medas, cuchillas. Esas cuchillas que debería llevárselas, esconderlas en la maleta escolar y luego tirarlas a algún cubo de basura, el que hay nada más cruzar la calle, por ejemplo. Nadie de la familia las echará de menos. Quizás el hombre de la barba, sí. Quizás se enfade por eso y esta noche sea peor.

La noche navega en un mar de angustia. Los pies se le recogen a la altura de los muslos, se caracolea rodeando el ombligo. Casi puede olerse las tripas y rebuscarse valor en las entrañas. Escucha otro ruido, algo que se ha caído; el albornoz, algún bote desodorante… las cuchillas. Puede que mamá haya comprado más y las haya guardado dónde siempre y al cogerlas, el hombre de la barba, resbalara y cayeran sobre el piso. Sabría que el ruido lo alertaría, lo despertaría. Por eso levanta la cabeza, mira y sigue ahí. Si se ha movido, si ha recogido las cuchillas o pasó a toda velocidad sin que pudieran verlo, si despide olor o calor y si lleva tiempo con los ojos escarchados, ya da lo mismo. Podría llevar toda la noche y también daría igual.

Decide levantarse. Ir al sofá cruzando el pasillo y pedir ayuda o vivir cada noche eterna. Es una pena que hayan de enterarse a golpe de tragedia, sólo por el cauce del ruido, quién no llora no mama, pero qué poco costaba estar a la altura. Un vistazo más, estar cuando toca. Siente un crudo de saliva asfixiándole la garganta. Es cruzarse y esquivarlo o dejarse agarrar y, entonces, sólo cabría gritar. Las sábanas pesan más que nunca, las deja caer al suelo y reposan como si llevaran una eternidad esperando aquel momento. Sus pies tocan el piso a la vez que el frío le coagula las piernas. Piensa torpe pero actúa deprisa. Se encharcan sus ojos, gime y ahoga un alarido. El primer paso es lento. Aprieta los ojos. El hombre de la barba ríe mientras un niño se deja guiar por el rastro de luz tenue que le lleva al infinito de sus brazos.

martes, 3 de enero de 2012

Los cangrejos

Una turbulencia cósmica provocó el fin de la era tecnológica. Los móviles y toda la tecnología derivada para conectarse a Internet, eran ya productos estériles, casi de un pasado futuro. Los expertos aún conformaban sus teorías mientras la gente rescataba costumbres del pasado con tal de seguir viviendo. Porque vivir, con el tiempo, se había convertido en estar comunicado, a todas horas, en cualquier lugar, fuera cual fuera la situación o la compañía, y había de ser sustituido por algo. Los ordenadores se convirtieron, de buenas a primeras, en almacenes de archivos privilegiados e incompartibles, los móviles, en vulgares maquinitas recreativas. Se volvió a quedar a ciertas horas en determinados lugares, pasando todo a vivirse con mayor incertidumbre. La libertad, decían, corría por el campo sin collar y el bozal al que le habían acostumbrado. ¿Vendría o no vendría aquella joven con la que se había quedado? ¿Qué estaría sucediendo en una ciudad a mil kilómetros de distancia? La correspondencia en papel se multiplicó y, de buenas a primeras, las empresas de transportes, los músicos, actores, y los directores de periódicos respiraron como si les hubieran insuflado una bombona de oxígeno. Eso nadie lo veía con malos ojos, pero sí lo de las industrias que cayeron por el desfiladero y los miles de trabajadores que, ahora, vagabundeaban por la calle. ¿Quién tenía la culpa de eso? A la diosa fortuna no se le podían pedir responsabilidades. Lo más reacios a los avances, gente tachada de carca y sin sentido de la evolución, se establecieron, de un día para el otro, como las personas con más y mejores recursos. Los abuelos, volvieron de la nada para explicar sus vetustos métodos de supervivencia. Se crearon, con menos celeridad de lo acostumbrado, corrientes de opinión en varias direcciones: Los que querían restablecer el paraíso perdido pero aún no sabían cómo, los que querían caminar con pies de plomo y avanzar de manera restrictiva (no querían verse, de nuevo, colgando de los hilos de la modernez) y los que abogaban por otro sentido de la comunicación y la tecnología, una vía alternativa que era un solar imaginario aún por establecerse. Fuera de la manera que fuera, la gente no tuvo más remedio que involucionar para seguir andando, eso tan redicho de dar un paso atrás para luego andar mejor. Y se veían en la calle, como cangrejos huyendo de la gran ola, subiendo las dunas en dirección a las rocas, el único lugar donde su seguridad parecía plenamente garantizada.