martes, 3 de enero de 2012

Los cangrejos

Una turbulencia cósmica provocó el fin de la era tecnológica. Los móviles y toda la tecnología derivada para conectarse a Internet, eran ya productos estériles, casi de un pasado futuro. Los expertos aún conformaban sus teorías mientras la gente rescataba costumbres del pasado con tal de seguir viviendo. Porque vivir, con el tiempo, se había convertido en estar comunicado, a todas horas, en cualquier lugar, fuera cual fuera la situación o la compañía, y había de ser sustituido por algo. Los ordenadores se convirtieron, de buenas a primeras, en almacenes de archivos privilegiados e incompartibles, los móviles, en vulgares maquinitas recreativas. Se volvió a quedar a ciertas horas en determinados lugares, pasando todo a vivirse con mayor incertidumbre. La libertad, decían, corría por el campo sin collar y el bozal al que le habían acostumbrado. ¿Vendría o no vendría aquella joven con la que se había quedado? ¿Qué estaría sucediendo en una ciudad a mil kilómetros de distancia? La correspondencia en papel se multiplicó y, de buenas a primeras, las empresas de transportes, los músicos, actores, y los directores de periódicos respiraron como si les hubieran insuflado una bombona de oxígeno. Eso nadie lo veía con malos ojos, pero sí lo de las industrias que cayeron por el desfiladero y los miles de trabajadores que, ahora, vagabundeaban por la calle. ¿Quién tenía la culpa de eso? A la diosa fortuna no se le podían pedir responsabilidades. Lo más reacios a los avances, gente tachada de carca y sin sentido de la evolución, se establecieron, de un día para el otro, como las personas con más y mejores recursos. Los abuelos, volvieron de la nada para explicar sus vetustos métodos de supervivencia. Se crearon, con menos celeridad de lo acostumbrado, corrientes de opinión en varias direcciones: Los que querían restablecer el paraíso perdido pero aún no sabían cómo, los que querían caminar con pies de plomo y avanzar de manera restrictiva (no querían verse, de nuevo, colgando de los hilos de la modernez) y los que abogaban por otro sentido de la comunicación y la tecnología, una vía alternativa que era un solar imaginario aún por establecerse. Fuera de la manera que fuera, la gente no tuvo más remedio que involucionar para seguir andando, eso tan redicho de dar un paso atrás para luego andar mejor. Y se veían en la calle, como cangrejos huyendo de la gran ola, subiendo las dunas en dirección a las rocas, el único lugar donde su seguridad parecía plenamente garantizada.

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