miércoles, 30 de abril de 2014

Bubbles

Cruzo de acera casi sin mirar, con la esperanza de encontrarme al mendigo librero y su carrito de libros, “mi amigo”, como le bauticé ayer conversando con mi compañero de trabajo. Hoy regreso a casa solo. En la vida real el espacio de ayer estaría vacío y el mendigo en otra esquina de esta Barcelona inmensa, cada vez más decorada de pobreza y repleta de tristeza. Si por el contrario, esto fuera una novela, me lo encontraría y sería el principio de una historia. Pero por primera vez, realidad y novela, novela y realidad, se confunden.

Lo encuentro otra vez sentado, con la mirada perdida y con el perro postrado a su vera. Me dirijo a los libros, como si tuviera especial interés en ellos. Le saludo. Él corresponde pero sigue con su mirada perdida y acariciando con una mano al perro, que si no está dormido, poco le falta. Contrastan ambos con la velocidad atosigante que presenta la Travessera a esta hora de la tarde. Acaban de salir los niños del cole y se atropellan con la primera hornada de trabajadores, y además en El Cien Montaditos está de oferta, dos montaditos por el precio de uno. La gente hace cola por un montadito pero estos libros se mueren de pena. Al final, se forma un cogollo donde todos quieren ser los primeros en ocuparse en otra cosa, mientras se olvidan de vivir.

Tanto ajetreo no me deja disfrutar de mi conversación, pausada, a otro ritmo. El mendigo sonríe, y ya no me parece la cultura personalizada como ayer ni su recuerdo es brillante e impoluto. Ahora es un mendigo más y me recuerda a un mendigo (recuerda muchísimo a Bubbles, de The Wire), y está sucio, y lleva la ropa deshilachada y apenas tiene dientes salvo dos poderosas paletas y me mira sin reconocer que fui la misma persona que compró ayer a la misma hora y me avisa, de nuevo, de lo que valen sus libros: “La voluntad”.
Mi voluntad es que vivas mejor y que pueda ayudarte, quiero decirle, pero le digo, ya, ya, y sigo mirando libros, pero sin mirarlos. ¿Cómo te va aquí?, pregunto, y al segundo comprendo lo idiota que es preguntarle cómo le van las cosas a alguien que está en la calle, cambiando la voluntad por libros. Bien, va muy bien, contesta.



Pues tienes buenos libros, digo. Él sonríe. Los que tira la gente, ni más ni menos.
Miro el pañuelo y no hay ninguna moneda que supere los cincuenta céntimos de euro. Me pregunto si las personas son tan avariciosas que no son capaces de dar más de un euro por un libro, si lo que pasa es que no vende libros o si Bubbles tiene un plan de marketing. Ya se sabe, fingir pobreza para conseguir más plata.
Entonces sucede algo inesperado: Ha renovado el catálogo y tiene un libro que me interesa especialmente: La jungla polaca, de Ryzard Kapuscinski. Habíamos analizado la obra del autor hace pocos meses en las clases de Jordi Carrión en la UPF. Otro gran cronista de nuestro tiempo. Ayer Tom Wolfe, hoy Kapuscinski. La selección de Bubbles tiene un enorme valor literario.

Una vez más, me pilla sin dinero. Quiero decir, sin un dinero significativo, sin veinte o cuarenta euros. Acostumbro a llevar poco, quizás porque siempre he tenido poco. En estos momentos siempre recuerdo a una exnovia que me abroncaba porque nunca llevaba dinero encima. Con el tiempo, poco o nada he aprendido. El caso es que sacudo mis bolsillos y alcanzo a juntar cinco euros con cuarenta céntimos. Y decido que es lo que vale el libro, una edición de bolsillo de Anagrama en buen estado.

Intento seguir hablando con Bubbles pero no me presta atención. Está parco en palabras, como si vagabundeara en otro sitio, descuidando el negocio. No le culpo, la Travessera es un lugar agresivo del que vale la pena huir, incluso de manera figurada. Y yo sigo bloqueado, como cada vez que nos encontramos, aunque lo quiero es que su vida sea como una novela de Auster y este sea el momento más bajo y a partir de aquí suba y suba hasta completar el viaje iniciático que le conduzca a la felicidad.

Le doy las gracias, deposito mi voluntad y me voy. Me pregunto si lo volveré a ver. Mañana hay un largo puente y temo que haya sido la última vez que lo vea. Me digo que la próxima vez estaré preparado, aunque no sé para qué. Lo recordaré, pase lo que pase, como mi camello de crónica literaria. Hay muchas personas han pasado por mi vida con menor repercusión.

En el autobús leo la primera crónica de Kapuscinski. Ejercicios de la memoria habla de cómo R.K. vivió la guerra cuando era pequeño y aún no sabía lo que era una bomba y de lo que supone sobrevivir a ella. Un relato espeluznante. En un momento del libro, dice que los que han sobrevivido es como si les creciera una joroba en el pensamiento que, como un doloroso tumor, ni el más eminente de los cirujanos es capaz de extirpar. Me pregunto cuál es la joroba de Bubbles, de qué está hecha y por qué ha acabado en la Travessera de la vergonya, me pregunto si mis cinco euros le aliviarán algo sus guerras, y si vive feliz libre o si pasa los días con la mirada perdida en el ayer, como le encontrado hoy.  



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Lo que escribí la primera vez que le vi. 

martes, 29 de abril de 2014

Primer encuentro con Bubbles

Hoy volvía del trabajo por Travessera de Gracia con Wan Casamitjana Fernández y vi una nueva modalidad de mendigo, uno que cambiaba libros por "la voluntad". Me acerqué y tenía como 20 libros de segunda mano, todos de eso que denominan "alta cultura". Literatura norteamericana editada en anagrama, ediciones en catalán, clásicos españoles y... un ejemplar maravilloso de Tom Wolfe. Los años del desmadre: crónicas de los 70.

Le pregunté que cuánto era, y con una mirada llena de bondad, me dijo que lo que yo quisiera. No llevaba dinero, así que Wan me dio una moneda de dos euros y eso es lo que me ha "costado" el libro. Me he llevado toda la tarde con mala conciencia, pensando que fui un pésimo cliente. Y que quizás ese hombre no era un mendigo sino la cultura entera -que da mucho y pide poco-, toda ella personificada, y yo al revés, una fidedigna representación de todo lo que la está matando.





jueves, 24 de abril de 2014

La mirada de Daoiz


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Leopoldo Troncoso
Leopoldo Troncoso
Luis Daoiz
Luis Daoiz

















A  Jesús de la Rosa

Te miro desde aquí arriba, bajo la lluvia de gaviotas y la matinal helada, el lugar donde me he hecho eterno.
Te veo envuelto en la batalla de los días, en el laberinto de no perderte más y más, en la tarea de abaratar la vida hasta la forma más sencilla de las existencias. Dormir en un camastro de cartón y perder la fe en el fondo de un vaso.
Cada uno vive con sus triunfos y derrotas cabalgándole a la espalda. No sé en qué momento sufriste este fracaso que te arrastrará hasta el fin. En tu ombligo se ve el vacío de quien no recibe su parte del trato y has intentado compensarlo rociándolo en alcohol (cómo si no depurarte, quemar eso que te hierve por dentro).
Has vivido y resucitado ya tres veces y, quién lo diría, solo aquí has encontrado la calma. La miseria es un buen lugar desde el que recomponerse. Quizás te ha tocado el tiempo inoportuno, la historia de un pueblo que no se dejó sentir.
Te veo caminar por el parque como un paisaje más, encorvado y bienintencionado, entregado al acto sencillo, haciendo mandados para quien te presta su atención sincera. Ojalá fuera la vida de una certeza infalible. Dicen que sin ti el barrio sería menos libre y perdería un trozo de su alma, que tus ojos conquistan cada cual que se cruza en tu camino, que sin embargo, andas escondiéndote entre sombras como quien no quiere ser protagonista.
Leopoldo, camarada, yo viví los males de la guerra y tú vives la guerra de morir en paz. Si no es ahora, ¿cuándo, si no, te vas a perdonar?




viernes, 11 de abril de 2014

Mátese xh-5

A Miguel Brieva
Y ahora mátese, de Miguel Brieva
Ilustración de Miguel Brieva

Por fin, el fin. Llevo demasiado tiempo viviendo entre la vida y la muerte. Llevo demasiado tiempo viviendo. Llevo demasiado tiempo. Llevo demasiado. Demasiado.
La televisión viene a devolvernos la dignidad. O mejor, a vendernos lo que era nuestro. Ya era hora después de habernos quitado tanto. Es tan real como el miedo de los días, una empresa que te acerca a los títulos de crédito.

Dicen que el servicio está de muerte, que es un método sencillo, que te duermes y parece que estuvieras en la barriga de tu madre, que cuando te das cuenta, ya no estás. Me pregunto quién tiene la potestad de hablar de algo así. ¿Acaso alguien se recuerda buceando donde nace todo? Durante el embarazo desarrollas tu personalidad futura, tu relación con el mundo. Algo fue fatal cuando mi madre se embarazó, pero no logro recordarlo.

Me tomo los días como un suplicio pasajero. Cada día, un nuevo suplicio, y así. Me sobra la desgana y me falta valor.

Por eso adquirí este producto y compré mi muerte. Está bien para estos tiempos del libre mercado. “Entrega en 24 horas”. Me quedan doce horas entre sombras. Así me he pasado la vida, esperando cosas que luego no ocurrían. Aunque esta vez sucederá y reinará el silencio.
Estoy exhausto de tanto ruido.

Mato por ese alucinógeno. Es una pena que no haya clientes que puedan certificar su calidad. Aunque su efectividad es indudable. Todo el que lo prueba, no vuelve. Por eso no necesita garantía. Según sus creadores es como si entraras en otro tiempo, un espacio donde la infancia es tierna, la adolescencia una promesa y la adultez no es un embuste de los de verdad.

Estoy deseando dejar esta mochila pesada, acabar con esta sequía de vida.  

sábado, 5 de abril de 2014

Ángel coraje

A Javier Ruibal
Fotografía de José Miguel Muñoz. Juan Holgado (dcha) junto a Sánchez en el Xerez B
Fotografía de José Miguel Muñoz. Juan Holgado (dcha) junto a Sánchez en el Xerez B


Son ya veinte años en el mismo infierno Juan, qué te voy a contar, veinte años ya que las noches me descosen el alma. Soy un guiñapo de frustraciones que se arrastra por una tierra baldía. Nada aquí ha ido a mejor, no creas. La prosperidad fue el invento de un sabio rico. Y no hemos sabido verlo Juan, no hemos sabido verlo.

Yo sólo te veo a ti aunque no estés, a tu dichoso fantasma, te veo en los chavales que cogen a sus novias de la mano, en los que sacan a pasear al perro, en los que juegan con los móviles y en los que sueñan que conquistan el porvenir.

Ahora serías como era yo cuando te fuiste. Siento aún tu presencia de la última vez que nos vimos, qué fuerza rociaba cualquier habitación, cómo nos emborrachaste de orgullo. A veces fantaseo con que hablamos sentados en el banco de un parque. El que tú serías ahora y el que yo fui entonces, los dos con la misma edad.

Te diría que lo hice por los dos y por tu madre. Por todos los que nos hemos dejado la vida en esa gasolinera. Por todos me he vuelto la sombra de la oscuridad. Por todos he suplantado al demonio y no lo he dejado volver. Por todos he vivido como viven los muertos, por todos he viciado mi aire y enfangado mis pies y por todos abandoné una parte de mí mismo. Todos han dicho que tengo coraje pero solo era un hombre que había perdido el miedo.

Ha sido así hasta que me ha rescatado el amor. El amor tarda en llegar a los que nos olvidamos de amar. A veces pienso que si ha venido es porque nunca me abandonaste y me salvaguardas como un ángel, porque de alguna manera desde donde estás has estado velando por mí, librándome de esta orfandad del revés, rescatándome de la locura.

(Justicia para Juan Holgado)


Contexto original - Secretolivo.