martes, 29 de marzo de 2011

El molesto.

Sentía una molesta ocupación hacia el otro lado de la cama y se giró con el fin de evitarla tanto como le fuera posible. El hombre a su lado tenía la maldita costumbre de roncar y se contorneaba arqueando las rodillas de manera que casi le rozaban las extremidades. No podía, siquiera, estirar las piernas, dormir como lo hacen las personas normales, tenía que alcanzar ese nivel de contorsionismo tan molesto. Descansaba dejando sin descanso a los demás y a veces incluso babeaba, como si fuera un bebe y no un hombre. A la mañana, se hacía el café derramando siempre algunas gotas sobre la mesa, no había día en que no lo hiciera, y mira que era fácil de evitar, con solo el hecho de colocar debajo una bandeja o una simple servilleta de papel. Hacía un ruido monstruoso al comer la tostada, destrozando el pan y dejando las migas caer sobre cualquier parte como si se recogieran solas, parecía que estuvieran filmando un concurso para ver quién desayunaba de la manera más desquiciante. Luego, antes de desaparecer hasta la tarde, conversaba acerca de los mismos temas de manera obsesiva y aburrida a más no poder, que si el trabajo, que si el partido de tenis, la última novela que había leído, la que pretendía escribir y luego nunca escribía... Siempre lo mismo de la misma manera. Se sabía sus puntos de vista y podía colocarlos sobre cada conversación como si jugara con un manual de tópicos, si ahora habla de política dirá esto, si lo hace de cine, opinará como lo hacen sus amigos, si pierde en el tenis, vendrá con ese discurso victimista y con escusas más propias de los débiles. Era una bendición que llegaran las nueve, verlo partir hacia el metro dejando un halo de libertad y vistiendo la misma camisa de siempre, descuidada, las incansables ojeras que le adornan el rostro y esos andares que ya no disimulan la edad y dejan flotando una barriga flácida y decidida. El resto del día es el verdadero día y el mundo por fin le abre sus puertas, le invita a vivir y ella contesta que sí, quiero pasar, quiero disfrutar de todo, ahora me toca a mí. La vuelta a casa es volver a una cárcel, sufre en silencio un sentimiento casi sólido, una bola al final del estómago imposible de esputar. Y otra vez aquel hombre en el sofá, esperando con la misma sonrisa postiza. Es insoportable en toda su extensión, verlo arrastrar sus pies por el pasillo camino del frigorífico como un elefante, incapaz de no hacer ruido, verlo tocarse el pelo graso o esa barba andrajosa, que le hace feo de manera atroz, es tan insoportable que más le vale decirle a aquel desconocido que se vaya, mañana mismo lo hará y será un buen día, el mejor de todos los que ha vivido últimamente, lo hará antes de verlo de nuevo desayunar y así se ahorrará ese momento y en poco tiempo lo habrá despachado. Total, él ya se lo huele, como para no hacerlo si se ve al lejos que no le queda nada bueno, nada por lo que nadie sea capaz de aguantarle.

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