martes, 22 de agosto de 2023

La máquina del tiempo

Unai quiso jugar de nuevo a la máquina del tiempo, pero yo ya estaba cansado de conducir mientras él me contaba lo que veía por la ventana. Superheroínas, pájaros o dinosaurios la gran mayoría de las veces. Esta vez sería al revés. Le di cuatro indicaciones para que no descarrilara y, con sus intrépidos cuatro años, usó el servilletero como volante mientras desde nuestros asientos del bar le comentaba las permutaciones del espacio tiempo.

Plácidamente, condujo hacia el pasado a la vez que yo aseguraba que podía ver a sus abuelos cuando aún no eran abuelos paseando por la calle, con esa reconfortante seguridad con la que entonces afrontaban todo. Luego pisó el acelerador haciendo "brrrrrrrummmm" y moviendo el tenedor como cambio de marcha, y de repente sentí la brisa de otros tiempos. Estábamos en mi colegio, hace muchos años, dije, y veía a mis hermanos correr por sus aulas devorando su infancia. Quise advertirles que se lo tomaran con más calma y, justo cuando iba a hacerlo, Unai pegó un volantazo hacia el futuro. 

Lo siguiente que avisté fue un joven de pelo castaño, travieso y creativo, en el parque con sus amigos adolescentes. ¡Eres tú, de mayor! ¡Fumando!, exclamé, pero a Unai no le hizo ninguna gracia esa faceta suya y pegó un acelerón tan brusco que me expulsó del asiento del copiloto y nos llevó aún más lejos de lo previsto. Desde el suelo, comprobé mis manos arrugadas y cómo un joven trataba de ayudar a incorporarme. Tito, va, que siempre te caes en lo más llano. Mientras me acomodaba en la silla de ruedas, ajado y vencido, la vi al lejos, ya viejita, agarrada al brazo de otro mientras yo lamentaba, de nuevo, la oportunidad perdida.




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