domingo, 11 de marzo de 2012

La cuerda

De pequeño siempre pensaba soluciones para combatir el miedo. La más absurda deriva de esta situación: Mis hermanos y yo teníamos las habitaciones contiguas, dispuestas unas seguida de otras. Éramos tres (y lo seguimos siendo). Arquitectónicamente todo era absurdo, porque para llegar a la habitación de mi hermana, uno tenía que pasar, primero por la habitación de mi hermano y luego por la mía. Yo me encontraba entre dos micromundos. Y en el fondo, como quién se deja caer en un pozo oscuro, estaba la habitación de mi hermana. Luego era también peligroso, porque en caso de incendio, mi hermana, por ejemplo, tenía que salir de su habitación, cruzar mi habitación, cruzar luego la de Alex, atravesar corriendo el salón y, cuando ya asomaba la escalera para bajar de planta, hacer lo contrario, girar hacia su izquierda, subir un escalón y salir por la puerta que daba a la azotea. Eso si tenía la llave a mano, claro. Toda una aventura. Las casas antiguas de vecinos tienen esa disposición circular que desemboca en un patio andaluz y caen en frecuentes contradicciones. En cuanto mis padres tuvieron la ocasión, y el dinero, remendaron todo aquello. Crearon un pasillo a costa de achicar las habitaciones e inventaron una salida de emergencia por la habitación de mi hermana, una puerta minúscula que disimulaba su función adoptando el aspecto de una ventana. El tan temido incendio nunca llegó, pero si se apaciguaron nuestros temores. Ese era uno de tantos. Por esa época, yo era un auténtico miedica.

Las cosas no han cambiado demasiado, si acaso, lo único que ha cambiado es mi relación con la noche. Antes era una enemiga odiosa y ahora una fiel aliada. Y el silencio, antes era la antesala del peligro y ahora un oasis de paz. Pero yo entonces tenía en mente un sistema para combatir el miedo al igual que mis padres encontraron un sistema para solventar el suyo. Mi idea era que, si yo desde mi habitación podía escuchar a mi hermano cómo se movía en la cama si tenía una noche inquieta, si lo escuchaba toser, si sabía cuando leía un cómic o decidía levantarse para ir al cuarto de baño, por fuerza podríamos encontrar la manera de comunicarnos físicamente. Y si él tenía miedo o sentía algún peligro, avisarme. Y si era al revés, pues al revés. En realidad, para qué engañarnos, pensaba más en mí que en él.

Urdí el siguiente plan: buscaría un material tipo cuerda pero más blando y sedoso, esa cuerda recorrería el camino que había desde mi cama hasta la cama de Alex, veinte metros siendo generosos, y en caso de tener una mala noche, podríamos auxiliarnos. Así, evitaría a todos los asesinos y monstruos que albergaba la noche. Bastaba con tirar de la cuerda para despertar al otro. Yo me hubiera sacrificado si hubiera sido necesario por Alex, pero tengo mis dudas de que ni él ni nadie, sacrificara su sueño por mí y mis miedos injustificables. Además, ¿cómo explicarles lo de la cuerda a mis padres? La hubiéramos podido esconder y usar una vez ellos se acostaran, y así noche tras noche, pero luego solían venir por sorpresa para ver cómo estábamos, hablar con mi hermana o por cualquier imprevisto, y entonces hubieran descubierto mi plan antimiedo.

Lo cierto es que al final nunca lo llevé a la práctica. Ni siquiera se lo dije a Alex. Me tragué todos mis miedos a la velocidad que se consumía mi infancia. Hoy, no sé porqué, me he acordado de esa técnica inédita. De esos miedos. Y de los miedos de ahora; de que vuelvo a tener miedo aunque no sé exactamente de qué ni porqué. De la incertidumbre, quizás. Del vértigo del futuro. Del fin de los sueños. He pensado que si tuviera una cuerda de setecientos kilómetros lo mismo la ataba a la cabecera de mi cama y la hacía llegar hasta Alex. Y así, si pasara algo, solo tendría que tirar de ella y él podría acudir a salvarme. Y he tirado en mi imaginación una, y luego dos, y luego hasta mil veces pidiendo auxilio. Y luego he supuesto que, lo más seguro, Alex estuviera ya de camino.

4 comentarios:

  1. Esa cuerda existe, la tengo atada a la cama. Puedes tirar cuando quieras.

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  2. Qué bonito lo que has escrito Javi.
    Y qué bueno lo que te ha comentado tu hermano. Qué bien se siente uno sabiendo que existe esa cuerda.
    Siempre pensé que la relación entre hermanos es la única donde uno puede herir, teniendo la certeza de ser perdonado al instante, quizá por lo de las inevitables peleas infantiles, no sé; pero, en las otras relaciones humanas esto no ocurre, uno va con cuidado de no ofender a los padres, a la pareja , a los amigos, a los hijos. Pero con un hermano, ya sabés que podés hacer y decir, que él es incondicional. Creo que es el único vínculo, donde nos despojamos totalmente de las caretas, y somos lo que somos.

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  3. Absolutamente de acuerdo Cristina. Los hermanos somos incondicionales, pero también críticos y un poco ángeles de la guarda. En fin, relaciones especiales, tanto, que condicionan tu vida.

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