Nuevas señales de tráfico superpoblaron las aceras de un día
para el otro. Eran de peligro, triángulos equiláteros con los bordes rojos y el
fondo negro sobre un poste de metal. Por la noche, las calles durmieron como
acostumbraban y al amanecer las señales ya estaban ahí, estructuradas y en pie,
alertando sobre una supuesta amenaza. Lo que al principio parecía una broma, la infeliz ocurrencia
de algún descerebrado con más recursos de la cuenta, luego se volvió un asunto
premeditado (una banda, una secta o una colectividad anarquista) y finalmente,
una cuestión de estado y un suceso inenarrable.
El ayuntamiento fue el primero en negar responsabilidades.
No tenemos nada sobre lo que alertar a nadie ni se están viviendo
circunstancias excepcionales como para acudir a una medida de tal magnitud con
el gasto en infraestructuras que eso supone, decía el portavoz municipal. Pese a que la policía científica rastreó cada señal en busca
de huellas que pudieran esclarecer su procedencia, lo cierto es que al final
terminaban visitando las casas de vecinos que paseaban por la calle y no
pudieron evitar el encontronazo, la tentación de tocarlas, de saltar y dar un
golpe en el cuerpo del triángulo, de escupirles, o de propinarle una patada por
el simple hecho de desahogarse. Todos aseguraban lo mismo, que a la hora en que
aparecieron las señales, ellos dormían de manera cotidiana.
Ningún grupo terrorista, ni colectivos antisistema ni los
más degradados por las políticas gubernamentales asumieron su implicación en
los hechos. Desde la concejalía de urbanismo se notificó a la tarde noche la
intención de retirar todas aquellas señales que no hubieran sido autorizadas
por la delegación local.
Al día siguiente, cerca de donde había surgido una señal,
ahora existían varias más. Ocupaban las aceras y las carreteras, el asfalto,
los caminos de tierra y todos los espacios adyacentes a la ciudad. Las calles
se convirtieron en un inmenso laberinto por donde costaba transitar. La gente
se tropezaba y estaba de mal humor, murmurando su infinita mala suerte. Lo peor
era que aquel peligro no podía ser señalizado, pues redundaría en el conflicto,
contribuyendo al desorden instaurado. El gobierno local seguía tan pendiente de
proclamar su inocencia que actuaba de forma lenta. La sospecha ciudadana le
abrumaba y hasta medio día, no supo trazar ningún plan de acción.
Los medios de comunicación disertaban acerca del mensaje y
se debatían con fervor sobre el supuesto significado de esa señal de peligro
sobre un fondo negro. ¿Cuál era el significado de toda esa materia oscura? Los
grupos ecologistas lo atribuían a un mensaje indirecto del planeta, capaz de
controlar los flujos de minerales para conformar cualquier conglomerado. Los
teólogos y amantes de las conspiraciones formulaban hipótesis que parecían más
acordes a sus propias motivaciones que a la extraña realidad, pues hablaban
desde una posible invasión alienígena, hasta un plan urdido por los gobiernos
poderosos sin el concurso de la ciudadanía, pasando por una simple desviación
en el fenómeno de la materia y la antimateria.
Algunos pacientes esquizofrénicos, desde sus residencias psiquiátricas,
proclamaban excitados que ellos ya lo advirtieron durante el proceso en el que
fueron recluidos, que ya dijeron en su día que el mundo tendría que considerar
sus peligros y que llegaría el momento en el que todas las advertencias
vendrían a cobrarse el abuso sufrido, que aquellas señales no eran más que la
materialización de su discurso, que por fin llegó el fin y que mañana, cuando
amaneciera la ciudad como una gigantesca señal de peligro, quizás comprendiera
la gente el verdadero significado de aquel fondo negro a modo de telón.
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