lunes, 23 de julio de 2012

El Jin y el Jan

Uno era el que era y otro el que podría ser y les había tocado vivir juntos una temporada. Uno iba al trabajo como quien asistía a un funeral, comía ordenadamente, descansaba un rato en el sofá, volvía a la oficina a ultimar los informes, hacía su tabla de ejercicios en el gimnasio y ya en casa, disponía una luz tenue del salón mientras veía una teleserie dormitando en el sofá, llamaba a su novia antes de dormir y se acostaba solo, esperando repetir mañana, un día más en la colección de interminables que lo estaban consumiendo por dentro. El otro, se levantaba más tarde y hacía una vida infrecuente, un día esto y otro aquello, iba a ensayar, volvía, lo llamaban de un trabajo temporal, sufría negativas de carácter laboral, se acostaba con mujeres diferentes, hacía triquiñuelas para pagar el alquiler y, en definitiva, la incertidumbre era igual para el día que para la noche, una forma de vida más.
Se estaban encontrando al mediodía, uno con sus prisas y su ahogo existencial, el otro con la vergüenza de quién se ve tantas horas en casa, haciendo de todo pero sin hacer nada. Hablaban y la comida se convertía en una burbuja reparadora. ¿Qué tal el trabajo? ¿Cómo vas con tus cosas? Bien, como siempre. Bueno, ahí, tirando. Se confesaban minucias significativas mientras repartían la comida y se deseaban suerte para lo que les quedaba de día. A la noche no solían verse pues uno estaba en la calle y otro bajo el reposo del hogar. Pese a tenerse cerca, les costaba reconocerse en ese espejo deforme de quiénes podían ser y no eran y se preguntaban cómo sería la vida veinticuatro horas del otro lado, si eran ahora mejores o peores, si se trataba de su afán por desdecirse o lo atractivo no era sólo el perfume de una eterna promesa.


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