Financiación en masa (del inglés crowdfunding), también
denominada financiación colectiva, microfinanciación colectiva, y
micromecenazgo, es la cooperación colectiva, llevada a cabo por personas
que realizan una red para conseguir dinero u otros recursos, se suele utilizar Internet
para financiar esfuerzos e iniciativas de otras personas u organizaciones.
Crowdfunding puede ser usado para muchos propósitos, desde artistas buscando
apoyo de sus seguidores, campañas políticas, financiación del nacimiento de
compañías o pequeños negocios.
Todo el mundo sabía lo que era un Crowfunding, todos menos
el Rey. Lógico, para él, un Crowfunding no había que pedirlo, existía como
existe el aire. La sociedad llevaba siglos juntando una vaquita* para que en su familia vivieran así, a cuerpo de reyes.
Por eso, cuando apareció y se difundió por la red la primera noticia acerca del
llamado Crowfunding inverso, una
propuesta de financiación en masa para acabar con la vida de su Majestad, lo
primero que hizo fue envalentonarse, preguntar qué coño era eso del Crowfunding,
por qué sonaba como un arma de destrucción masiva y si el objetivo era que
tuviera miedo. Porque si era así, quien quiera que hubiera perpetrado semejante
osadía no podía estar más equivocado, pues él nunca se había arrugado ante nada
ni ante nadie en todos sus años como monarca y no lo iba a hacer ahora, por más que un indeseable se
dedicara a escribir estupideces en Internet.
Uno de sus treinta asesores, experto en tecnología aplicada
a la sociedad, le explicó en qué consistía todo aquello: Es la nueva forma de
mendigar por internet. Te creas una web gratuita, explicas tu plan y lo difundes
en busca de resultados. Es la solidaridad del capital, algo así como salir a pescar
solo que en la red, y cuanta más mierda pongas a tu anzuelo, más peces llegarán
en su búsqueda. Lo suelen hacer artistas de medio pelo que no tienen capacidad
para convencer a inversores. Escultores, cineastas, artistas del cómic, de la
literatura o ilustradores que venden la idea y después te compensan de alguna
manera. Aporta quien puede y quien quiere. Existen varias modalidades de
aportación, así, cuanto más dinero aportes, más beneficios te llevarás del resultado
final. Un ejemplo, si apoyas a un músico en la grabación de su disco con 10
euros, te llevas una copia del mismo cuando se grabe, una vez se haya acumulado
el dinero destinado para la inversión. Si aportas 15 euros, te llevas el disco,
una dedicatoria y un poster de la banda. Si aportas 20€ todo lo anterior y una
mención en los agradecimientos del disco, y si aportas, pongamos, 500€, eres
productor del disco, amigo íntimo del cantante y te deja tirarte a su novia si
se lo pides. Esto último, obviamente Majestad, es una vulgar exageración.
Al Rey no le hizo demasiada gracia. Nada lo tenía en cuanto
se relacionaba con el fin de sus privilegios. ¿Por qué no os calláis? Preguntó
visiblemente alterado a los asesores que no dejaban de chismorrear acerca del
Crowfunding, luego los expulsó de la sala, mandó a la Reina a cualquier parte y
estuvo reflexionando a solas en su despacho, paseando de un lado para el otro.
Las cabezas disecadas de los animales que figuraban en las paredes parecían
reírse entre ellas. Se preguntaba en qué punto la sociedad enfermó hasta querer
decapitarlo como a un animal más. Antes, la gente aceptaba sin rechistar su
sino y entendía los porqués de las jerarquías. Y gracias a ello la gente había
vivido en paz. Cuánto desagradecido había en este maldito país.
Llevaba tiempo sin encender el ordenador, pero pronto
recobró los automatismos que aprendió en clase y se puso a investigar al
respecto. El revuelo era todavía un asunto exclusivo de las redes sociales y
algunos blogs sin repercusión. Los asesores le dijeron que mientras fuera un
cuchicheo virtual, nada era real del todo. Aunque con su familia, muchas
fantasías aparentes cambiaban de condición. Sería por eso lo de la familia
Real. Si eran los de su propia sangre quiénes se habían encargado de
protagonizar escenas bochornosas con los medios en sus narices, cómo ahora
echarse las manos a la cabeza por lo que inventara la gente. El problema surgiría si cualquier eco del Crowfunding
saltaba a la prensa y de la prensa a la televisión. La televisión como multiplicador
de miserias.
La página web de la propuesta homicida era simplista a más
no poder. Se titulaba “El Rey ha muerto,
una página creada para matar al Rey”. Luego, en la cabecera, se explicaban
brevemente con una nota a letra pequeña. “No
creemos en los reyes y no nos gustan los ladrones, si a ti tampoco, quizás éste
sea tu lugar”. En un video incrustado de apenas tres minutos se recogían
opiniones anónimas, gente de la calle que no tenía que ver con el proyecto y
que argumentaba a favor de la desaparición del Rey. Alguno hacía un gesto que
pretendía ser gracioso, como el de introducir una moneda en una hucha o el de dispararse
en la sien. En la columna de la derecha había un contador de 0 a 1 millón de
euros, lo necesario, decían, para llevar a cabo el plan. Llevaba acumulado un
total de 105.220 euros.
Prometían una muerte rápida e indolora, pese a las numerosas
peticiones que sugerían lo contrario. Los anónimos hablaban de mutilaciones y
de macabras maneras de acabar con su vida. Era, decían, una cuestión de
justicia social. Las aportaciones se podían realizar según las siguientes
tipologías:
Ø
20 Euros.
– Fin de la monarquía.
Ø
40 Euros. – Fin de la monarquía y fotografía del
momento del fallecimiento.
Ø
100 Euros. – Fin de la monarquía, fotografía del
momento del fallecimiento y muestra de tela de su chaqueta oficial.
Ø
500 Euros. – Fin de la monarquía, fotografía del
momento del fallecimiento, muestra de tela de su chaqueta oficial y visita a la
muestra pública del cadáver.
Ø
1000 Euros.
- Fin de la monarquía, fotografía
del momento del fallecimiento, muestra de tela de su chaqueta oficial y visita
con gastos pagados a la muestra pública del cadáver más cena con el comité
organizador.
Podías realizar tu pago mediante transferencia, ingreso
bancario o paypal. Ofrecían incluso la posibilidad de hacerlo a plazos (bajo
una opción que eligió el lema: tú te fijas los plazos). Al final, cualquier
apoyo sumaba. Tan sólo en el espacio de tiempo que el Rey examinó cada rincón
de la página, la cuenta aumentó en diez mil euros. El contador avanzaba
irremediablemente hacia su meta.
El Rey, encorajinado como no recordaba desde el golpe de
estado, intentó mover los hilos para secuestrar la web. No era admisible un
caso así. Consultó abogados y expertos del sector. El asunto, le dijeron, era
que actuar en su contra magnificaría su importancia provocando el efecto
inverso, con lo que aumentaría el total de recaudación. Además, hablaba siempre
de un rey pero no de qué rey. Podría referirse casi a cualquier rey, todo el
mundo dice ser el rey de algo. El rey de la casa, el rey de internet, el rey
de la pandilla, el rey del mambo, el rey
de Botswana. ¿Quién era el verdadero rey? La historia lo había señalado
a él, pero los demás podían argumentar que no. Cualquiera puede jugar con la
historia. La maraña de procedimientos judiciales que eso provocaría tendería al
infinito y podría incomodar a los jueces. Y a los jueces convenía tenerlos del
mismo lado, por todo ese asunto de la familia. Tampoco estaba la popularidad
como para ir haciendo probaturas.
La web aseguraba que aportaría garantías de que el plan se
iba a efectuar sin margen de error. Para ello, los usuarios que formaran parte
del proyecto tenían que introducir un correo electrónico en la base de datos.
El Rey se apresuró a crear una cuenta falsa. Se sintió vulgarizado cuando tuvo
que infiltrarse con ese apellido, García, y ese nombre, José, como un ciudadano
más, como uno de esos que están en el paro y se pasan el día enfrente del
ordenador como si con ello fueran a hacer prosperar un país. Él no, él estaba
siempre de arriba abajo en el palacio, lo mismo cogía un avión y se iba a
Sudamérica que cerraba los ojos y estaba en Turquía, que tenía reunión con sus
colegas europeos. Y todo eso con la cadera hecha trizas, que bien podía
quedarse en casa. Pero no, seguían yendo al tajo y eso no lo veía la gente, o
mejor dicho, no lo querían ver.
Introdujo la dirección de su correo circunstancial en la
ventana emergente y esperó sentado apenas unos segundos. En su bandeja de
entrada tenía ya un mensaje sin leer. Un robot, le anunciaba: ¡Muchas gracias! Bienvenido
al proyecto El Rey ha muerto. Le
agradecemos su aportación. En breve recibirá un correo con un plan elaborado
para matar al rey. No se preocupe si este plan u otros se difunden y son de
sobra conocidos, tenemos un total de 130 planes diferentes, de los cuales sólo hacemos público diez por una cuestión de
garantía.
El segundo correo también se generaba de manera automática y
no tardó en llegar. Era un archivo adjunto que explicaba pormenorizadamente una
hipotética muerte del Rey. En este caso particular, lo haría de camino al
aeropuerto, justo antes de asistir a la próxima cumbre de comercio continental.
El plan traía consigo un mapa con la ruta exacta que solía tomar su coche
oficial, se explicaba dónde se iba a cortar el paso a su vehículo, de qué
manera se iba a reducir a los guardaespaldas, la forma en la que iban a despistar
a sus refuerzos, el método que conduciría al rehén hasta su lecho de muerte y
finalmente, cómo iban a acabar con su vida: disparándole a la cabeza.
El Rey analizó los planos. Todo figuraba con nombres en
clave en la denominada Operación Babelia.
Cada premisa del plan podría cumplirse perfectamente la semana siguiente cuando
acudiera a la cumbre, lo que le obligaba a tomar precauciones y buscar alternativas
de desplazamiento. Y con la edad, ya era de todo menos un estratega. Quizá en
tiempos mozos, hubiera sido estimulante pisotear a esos ilusos como a hormigas.
Pero ahora no, ahora le daba pereza, como tantas otras cosas en la vida. Ay, la
vida, la había delegado en terceros y lo estaba pagando caro. Qué panda de
incompetentes. Y si este era uno de los planes que hacían públicos en la red,
¿cuán crueles y malintencionados podrían ser los privados? Lo cierto es que, en
todos estos años de democracia nunca había desprotegido tanto su integridad. Delegó
por consejo de sus asesores e iba a terminar pagándolo. Otra figura moderna inútil
más, los asesores.
Los días siguientes no fueron más
que una cuenta atrás. El Rey contrató los mejores especialistas para hackear la
web, pero siempre emergía otra réplica y se difundía de inmediato por las redes
sociales desde el punto exacto donde se detuvo. Era un camino sin retorno, como
intentar taparle el sol al planeta entero con una sola nube.
El capital necesario no tardó en
acumularse. Recibió un correo en su cuenta falsa advirtiéndole al respecto.
¡Enhorabuena a todos! Decía la página en su versión definitiva, hoy mismo
mataremos a su Majestad. Ya no se podían introducir más donaciones ni existía ese
icónico contador. Los administradores aseguraban que los próximos días
enviarían las fotografías y esa página dejaría de existir. El Rey actuó como
por acto reflejo, reunió a su guardia y la dispuso alrededor del palacio. Dos
helicópteros deambularon por el extrarradio y los accesos al recinto estaban
debidamente controlados. Bajó las persianas y se refugió en su despacho. Había
construido un bunker infranqueable. Suspendió sus actividades y filtró entre la
prensa el motivo, “mareos y fiebre repentina”. En las redes ya se especulaba
con esa cobarde posibilidad. ¿Y ahora qué tenía que hacer? ¿Irse de gira por
Sudamérica tal vez? Así quizás todo se calmase, pero sonaba a una prórroga
agónica e inmerecida. Además, se arriesgaría a morir, pues aún quedaban 129
maneras de hacerlo si salía de su residencia. ¿Y abdicar? Abdicar no estaría
mal, llevar una vida menos sacrificada, definitivamente campechana. Solo que
así nadie iba a respetar su descendencia. Debía dar un golpe en la mesa e
imponerse, sí, era lo que siempre había hecho su familia, y por suerte, contaba
con los medios necesarios. Descansaría un poco y luego urdiría otro plan
maestro, tal y como hizo en la transición. Sólo era cuestión de coger fuerzas.
Además, en el despacho no tenía peligro alguno. Hoy no había hecho más que
dormir y comer. Comer, reparó el Rey, y comenzó a dolerle el estómago como si
llevara una bomba dentro.
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