Sin embargo, pasaron los días y comprobó que no había opción
para volver. Coche, barco, particulares, todo imposibilitado. La era de la tecnología y todavía estamos así,
pensó. La pestaña siempre gris, el puntero del ratón pasando por encima sin
transformarse y la vuelta sin habilitar. Los billetes no estaban agotados,
sencillamente, no existían.
Llevaba un año esperando este viaje, así que ahora no iba a
renunciar a disfrutarlo. Nadie renuncia a unas vacaciones después de un año
miserable. Por fin tenía destino e iba a conocer aquel lugar desconocido, esa
hermosa ignorancia. Llegó la fecha indicada y se dirigió, maleta en mano, a su
terminal de vuelo. Allí, preguntaría cómo volver en la compañía y sería el
punto y final de toda esta historia.
En la cola, se preguntaba quién podía ofertar un vuelo sin
retorno aparente o, peor, quién podía llegar a comprarlo. Imprudentes como él,
seguro, personas que se entregaran a cualquier futuro sugestivo, gente incapaz
de elevar un ancla. O quizás fuera precisamente eso lo que buscaban quienes
formaban la fila, un viaje sin regreso, la manera de abandonar este lodazal, la
ilusión de una promesa robada. A su espalda, descubrió una hilera de sonrisas
forajidas.
- Disculpe señor-le dice al operario en facturación-, he comprado este billete de ida, parto hoy, pero no he encontrado la manera de volver.
- Caballero, no encontrará la forma, aquí quien se va nunca vuelve, donde usted marcha, no le hará falta billete de vuelta.
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