jueves, 21 de noviembre de 2013

Carta abierta a Cristina Fallarás


Barcelona, 21 de noviembre de 2013


Querida Fallarás,

Me permitirás que te llame Cristina o Cris, pues ya no me sale hacerlo de otra manera, y mira que me gustaría por aquello de la pose, pero a la gent normal, tú sabes, se nos llama por el nombre o el diminutivo porque así queda claro qué somos, o mejor, qué es lo que no somos.

Tú nunca serás Dolores de Cospedal ni Sáenz de Santamaría (ni tan siquiera conozco tú segundo apellido) y yo nunca seré Ruiz Gallardón ni Álvarez Cascos. Ni falta que me hace, dirás, pero reconoce que para algunos de los tuyos –y me refiero a un asunto generacional- era el objetivo. Alguien os vendió esa idea de crecimiento, el del nombre en tres partes, el del camino donde vuestra alma se prostituía por cuatro ladrillos y un buen puñado de dólares. Sí, dólares, hablemos ya en vuestro idioma de sueño americano convertido en pesadilla nacional.

A estas alturas, te habrás dado cuenta por dónde van los tiros: Vengo a fusilaros. Te hablo porque eres el rostro de la derrota de una generación. No te ofendas, yo soy lo mismo, sólo que de la mía. Comprenderás que no quiera dejar bala en la recámara. No para quiénes nos han convertido en viejos jóvenes, sin horizonte ni esperanza, no a quienes hipotecasteis nuestro sueño, y me refiero a horas de descanso y no a fantasías utópicas, no a quienes gastaron su suerte en una triste ruleta azarosa.

Ahora que ante del desastre, unos huyen en el bote salvavidas y otros os ahogáis en un mar helado, cabe recordar que, activa o pasivamente, el iceberg fue una obra coral. Unos por acción y otros por no-reacción. Y es que, sin quererlo, seáis ricos o no, os miro navegando entre la pena y la misericordia. A quienes mucho tienen, por lo que distan del mundo (¿Sabrán ellos lo que es entregarse, desesperadamente, a la belleza?), a quienes se rebosan en el fango, por su ingenua indiferencia. ¿En qué mundo vivíais, querida? ¿Cuándo decidisteis cultivar kamikazes en BMW, con la esencia rota?
      
Escribo desde un diminuto ático, arriba en la montaña, donde recojo cuanto poseo, un puñado de libros y poco más. Seguro que te suena esto que te cuento. Lo bueno es que desde aquí todo se ve con una mirada impoluta y puedes decir cuánto te venga en gana. Ustedes nos lo debéis todo. Nosotros, sólo nos debemos a nosotros mismos. Nada puede mancharnos y nada puede dolernos (más).

Hablamos con la autoridad que nos da el fracaso.

Con afecto,


Menacho

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