Cuando el niño, que había jugado toda su vida en el portal
del edificio, vio como sus amigos desaparecían poco a poco, y no tenía vecinos a
los que importunar, ni timbres para llamar y salir corriendo, y ya daba igual
que un balón rompiera una ventana porque nadie iba a venir a perseguirlo, cuando
sintió que los edificios eran como el cementerio al que iba a ver al abuelo y a
través de las ventanas sólo se veían los retales de sueños muertos, se
preguntaba cuál era el juego ahora y qué se dedicaban los mayores todo el
tiempo que estaban ausentes.
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