lunes, 18 de abril de 2011

Ensayo sobre los finales.

Mañana hará un mes que S. me dejó. Desde entonces, es como si el monstruo que me despidió el último día la hubiera devorado y con ella también una parte de mí.

Siempre diré que para mí era una apuesta por un ideal de moralidad, de manera de entender todo este juego. Y también una apuesta por sus ojos y su boca, claro. Y eso, aparte de lo de dormir solo y ese calor que estaba siempre en el colchón y que yo pensaba que no se iría pero luego se fue tan rápido, es lo que más me ha dolido. Que al final, todo parezca corrupto y fácil de desmoronarse, incluso los ideales. Claro que, ¿quién me mandó apostar por ellos?

Por mi parte, he quedado reseteado, como hace dos años pero dos años más viejo, aunque probablemente haya envejecido más este mes que durante los veinte meses anteriores. Y sí, ahora ya sé que todo pasa y poco queda, que un día te despiertas y todo ese dolor no existe, que un mago que se llama tiempo hace que esa persona se vuelva pequeña e insignificante hasta decir basta, y que incluso acabas preguntándote en qué estarías pensando entonces y te avergüenzas de ti mismo, sé que vendrá otra persona aún sin quererlo y que sus ojos te parecerán más hermosos que todos los vistos hasta entonces, y que ya ni siquiera querrás compararlos, sino simplemente disfrutarlos, y entonces, si un día te miran de manera especial, vuelves a sentirte dichoso como si el mundo entero se hubiera conjurado a tu favor. Y a mí, todo ese camino que en el fondo es la vida, me da ahora pereza y mucha, muchísima, infinita pena.

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