Llevo tres días aquí y se agota la comida. No sé qué hacer,
si esperar o no. Lo mismo son tres días más, lo mismo dura una eternidad. Yo lo
estoy viviendo así. Dicen en las redes que las grandes compañías tienen
prohibido cortar los suministros. Pero se han dado las primeras deserciones en
puestos de trabajos clave, los primeros agujeros negros en el mecanismo
imperfecto de las grandes urbes. Las tiendas de barrio, por su parte, se han
organizado mediante correo electrónico y las redes sociales. Mandas una
solicitud y entonces ellos te citan a una hora y tú te armas hasta los dientes,
estudias el itinerario, evitas los puntos de conflicto y sales a jugarte la
vida por un poco de pan. Así era en la prehistoria y nadie se quejaba. Ahora me
quejo por un poco de violencia. Odio la violencia pero sería capaz de matarlos
a todos.
Ayer me escribieron mis padres, desde la otra punta del país.
Están bien, hacinados en el piso de arriba y con una provisión para mantener un
regimiento. Todo esto les ha pillado mayores, pero mi padre siempre será un
previsor. A mí también se me ha hecho tarde, pero algo menos. A esta edad ya debiera
ser mi vida otra mucho mejor. La que habían pronosticado mis padres, por
ejemplo. Esa de la carrera y el trabajo de por vida. No que comparto piso y
cada vez que sonaba la puerta estos días atrás, me estremecía como un niño
meándose en los pantalones. Por fortuna, todos mis compañeros parecen haber
desaparecido. Ninguno dejó una nota de despedida ni nada que se le pareciera.
Al menos tuvieron el detalle de dejarme su comida, útiles de aseo, ropa,
mantas. Viven lo suficientemente cerca como para poder irse en las caravanas de
paz que han negociado los diferentes bandos. Han despreciado lo material en pos
de un acercamiento familiar. Y es que todo suma, es más fácil matar a ocho que
a ochenta.
Estar sólo es mucho más jodido: tienes que vigilar las
ventanas, dormir con un ojo alerta, no hacer demasiado ruido, vivir como un
muerto. Por la noche, intercambio mensajes gracias a la linterna con Andrea, la
vecina, aún a riesgo de quedar al descubierto. Pero qué coño, sólo el desamor
da más miedo que todo esto. No sé qué quiere decirme pero tampoco importa mucho.
Por lo demás, la red me acompaña de manera fiel, al menos hasta que aguante la
electricidad. Allí ya conviven miles de testimonios. Tuits, retuits, diarios de
guerra, actualizaciones, crónicas. La catástrofe se replica cibernéticamente.
Es la vida real, dicen, pero a mí puede haberme acercado a la muerte. Nunca me
corté para expresarme y ahora todos saben de qué pié cojeo, opiné de todos los
problemas que sufría el país y lo difundí más allá del infinito. Era un alarde
innecesario. Compartir. Compartir. Compartir.
Me pregunto por qué lo hacía. Sería un exceso propio de la
libertad. No era yo, era la libertad,
podría decirle a quien venga a ajusticiarme, quizás eso sirviera para pararle
los pies. Muchas otras personalidades han hablado en la historia en nombre de
la libertad ¿Por qué no podría entonces hacerlo yo?
Ya he leído amenazas entre algunos usuarios. En la calle no serías tan valiente, ¿cómo
que no?, ni tres vidas te salvarían, se han llegado a decir. Gente que se
intercambiaban sonrisas y que ahora se pegarían un tiro. Soy tan cobarde que de
repente tengo afonía en la red. He borrado mis datos y vivo entre seudónimos. Cada
cuenta la uso dos o tres días a lo sumo, y luego muto sin dejar rastro. Entre
un perfil y otro he podido saber que la vecina está igualmente asustada, y que
en el barrio ya hay quien busca la cabeza de gente como yo. Se busca, preferiblemente muerto, pondrá
seguro un cartel ahí afuera con una fotografía mía en tono sepia. He pensado
que podría llamar a la vecina y pedirle que
huyera conmigo, convencerla de algún modo. Vamos Andrea, vayámonos de
este jodido mundo, desafiemos al tiempo y al espacio y perdámonos rumbo a
ninguna parte. Qué más da quién seas, qué más da quién soy y qué más da lo que
hayamos construido, ¿es que acaso no parecemos empeñados en destruirlo? ¿Qué
más da todo, Andrea, si nos tenemos el uno al otro?
Me encanta Javi, enhorabuena.
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