A Carlos Cano
Escucha.
Me he levantado con un humor de perros. Como sabes, la poesía no da de comer y todo lo demás tampoco. Llevo tiempo convertido en aquello que odio, pero en esta tierra sobrevivir es traicionarse. Sí, hay días que van barruntando su drama y hoy ha sido uno de ellos.
Ha sido verte y augurar la
enésima estocada. La belleza es un anticipo del mal, seguro que lo has
sufrido en tus carnes. Que no he cotizado, has dicho, que no consta el
tiempo que digo (¿de veras?), que no he sido técnico sino operador, que
deberían haberme avisado con el número de horas (el mal nunca avisa,
querida), que existen sindicatos que pueden auxiliarme (en el infierno
nadie auxilia), que no has podido hacer nada. Señor, ¿lo comprende, no?
Has repetido, ¿comprende que no puedo hacer nada?
Mírame.
Yo tampoco, no me quedan
sombras que devorar y por eso he de señalar a alguien. Qué pena que seas
tú a la que le ha tocado esta cruz. El destino juega con cartas
marcadas y ojalá pudiera volverme a traicionar pero lo cierto es que
estoy cansado. Ahora vas a rectificar y me vas a pedir disculpas, pues
todo ha sido un error informático. Vas a introducir en ese ordenador las
horas que he trabajado y luego me darás un papel que indique lo que me
corresponde. No te preocupes, lo usaré sólo para seguir sobreviviendo.
Harás eso y luego olvidarás mi nombre y yo a cambio nunca olvidaré tus
ojos. Será tal cual porque si no es así te mataré. Lo haré de forma
rápida, no temas, intentaré hacerte el menor daño posible. Si sale mal,
no me importa morir acribillado o escribir poemas desde la cárcel.
Podría contar la historia de lo nuestro, lo que pudo ser y no fue,
podría escribirle al tiempo y desmontar cada una de sus promesas o a la
eternidad y decirle que le voy comiendo terreno, que desde hoy tengo algo que contar y ya nunca más me va a ganar a este juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario