A Migue Benítez
¿A esta edad todo se perdona, verdad Niña de la Palmera? Hasta que mi mejor amigo te robe las lunas cuando yo esperaba la noche en tu puerta.
El Migue me ha dicho que le
das igual, que eres una repetición, otra que viene a negociarnos el
camino, que ahora es tiempo de estar con los colegas, correr con la Jog
Erre, fumarse cuatro petas y hacer lo que nos venga en gana. Pero los poetas no saben mentir.
Su mirada trepa hasta tu palmera del Retiro, entregando su pudor cuando tu boca fuma cigarros que saben a libertad.
Se le nota el nervio arder cuando lees poniendo tu mundo ahí dentro,
¿qué habrá más grande que la vida que secuestra tu atención?
El Migue quiere ser verso en tus pupilas pero nunca lo va a reconocer. Quiere ser océano y se siente mar.
Por eso canta estos días con la garganta quebrada, como si llevara el
alma colgando en la cadena y estuviera rompiéndole el pecho. El ladrido
que canta hace temblar las ventanas, raya los coches, desconcierta a los
caballos y asusta a los niños que no entienden de una emoción tan
grande. En ese idioma suyo indescifrable, te está ofreciendo su amor.
Disfruta siendo un maldito, herido por un deseo que en secreto le viene
de vuelta.
Lo sé porque he visto tus ojos regresar del lugar donde nunca estuvieron. Lo miras cuando él no está, como la ausencia ante el espejo.
Él se cree ausente pero siempre ha estado ahí. Y yo callo mientras la
vida misma se derriba barreras, abriendo la boca sólo para ponerle coros
a este juego de miradas.
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