A Antonio Machado
¿Cómo decirle que sólo la noche lo vuelve un fantasma?
¿Cómo darle la alarma a quien de día es como yo? Ellos acostumbran a
serlo o no y a saber el motivo de su penitencia eterna, y él se salta
las reglas por esta duda del destino. Ahora viene disfrazado de otro
tiempo y, alzando su sombrero de copa, llena de llanto la noche por
amores que ya no existen y personas que secuestró el más allá. Se
pregunta por qué la vida le ha dado tanto sufrir cuando se lo está dando
la muerte. Cruza las paredes como si tal cosa, habla y levita en
monólogos, evita la terrible verdad del espejo y nos mira al resto cómo
si no entendiésemos nada.
Por las mañanas sin embargo es igual que
otro, discreto, pausado y humano. Su carne se puede tocar, sus ojos son
ojos de veras. Nos habla con calma y sus inquietudes parecen el eco de
las calles. Creemos que por fin lo tenemos, que hemos vencido este pulso
incomprensible y lo recuperamos para la batalla de los días, pero al
regreso de la noche, cada vez más decrépito y osado, nos canta las
cuarenta y su esencia parece ebria de sentir. En ese lamento espectral
encuentra la felicidad. El alma de poeta se orienta en el misterio.
¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja,
que me traes el retablo de mis sueños
siempre desierto y desolado, y solo
con mi fantasma dentro,
mi pobre sombra triste
sobre la estepa y bajo el sol de fuego,
o soñando amarguras
en las voces de todos los misterios,
dime, si sabes, vieja amada, dime
si son mías las lágrimas que vierto.
Me respondió la noche:
—Jamás me revelaste tu secreto.
Yo nunca supe, amado,
sí eras tú ese fantasma de tu sueño,
ni averigüé si era su voz la tuya
o era la voz de un histrión grotesco.
Dije a la noche: —Amada mentirosa,
tú sabes mi secreto;
tú has visto la honda gruta
donde fabrica su cristal mi sueño,
y sabes que mis lágrimas son. mías,
y sabes mi dolor, mi dolor viejo.
—¡Oh! Yo no sé—dijo la noche—, amado,
yo no sé tu secreto,
aunque he visto vagar ese que dices
desolado fantasma por tu sueño.
Yo me asomo a las almas cuando lloran
y escucho su hondo rezo,
humilde y solitario,
ese que llamas el salmo verdadero;
pero en las hondas bóvedas del alma
no sé si el llanto es una voz o un eco.
Para escuchar tu queja de tus labios
yo te busqué en tu sueño,
y allí te vi vagando en un borroso
laberinto de espejos.
Contexto original - El Secreto del Olivo.
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