martes, 20 de diciembre de 2011

La rambla invisible

Solo rambla arriba, rambla abajo, el hombre invisible se sentía un hombre a la vista de todos. Por lo demás, la vida era un pulso contra la soledad. Pero en ese estatuario del paseo, junto al el hombre de hojalata, el barrendero o el soldado de cobre, podía infiltrarse sin apenas esfuerzo y sin necesidad de justificarse. Le bastaba con envolverse en una chaqueta alta, calzarse unos guantes, coser un alambre a un gorro marinero y mirar a través del hueco de entre los botones superiores. Era disimularse un poco y nada más, fingir que estás fingiendo para al final, volver a ser uno mismo. Quién se lo iba a decir, tantos años estudiando para terminar viviendo de la bondad del turista. Aunque claro, sin la ciencia tampoco estaría allí. No disfrutaría de los ojos fascinados de los niños, de esas bocas rozando el suelo, ni hablaría con los compañeros del duro oficio de ir un día sí y otro también, llueva, haga calor o te mueras del frío, al mismo rincón de siempre. Tampoco vería a la Arcángel junto al kiosco, aquella joven de la piel de plata y la sonrisa perenne, la única con la que habla más de la cuenta y siente, cuando ella mira fijamente la chaqueta, que le está desnudando por dentro, volviéndolo definitivamente invisible.

2 comentarios:

  1. Gracias guapetona. Enlazo su blog aquí, que me encanta :)

    http://www.siemprelluevecuandovoyalzoo.blogspot.com/

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