viernes, 3 de febrero de 2012

El muro

Sus amigos lo decían: Eres como un muro. Y sí, siempre había encajado bien los golpes, cualquier impacto inadvertido, los azotes de su padre cuando era un crío, alguna de las pocas veces que entró en pelea... la naturaleza había sido generosa. Tenía los brazos fornidos, la espalda ancha y piernas ágiles. De pequeño, incluso, pensaba en dedicarse al boxeo cuando veía ese reportaje de George Foreman en televisión. Foreman había vuelto a ganar el cinturón mundial veinte años después de hacerlo por última vez. Ganó en un increíble combate a Michael Moorer. Tenía entonces cuarenta y cinco años, un ejemplo de tenacidad. Y de una personalidad ciclotímica, en eso se parecían bastante. Claro que, en comparación, él no había ganado nunca nada y su mayor éxito podría decirse que fue conocer a su mujer y que ésta eligiera, de entre todas, una vida junto a él. Veinte años después solo era veinte años más viejo. Su vida tendía a la subsistencia, a vagabundear de trabajo en trabajo sabiendo que el mes que viene se devolvía al paro. La industria de la construcción le vendió su espejismo y él se había dejado seducir construyendo una casa de papel que aguantaba estoicamente un temporal de frío y nieve. Temporal que afectaba también a su mujer e hijos que, arrecidos en una esquina, preguntaban los porqués.

Pero el tiempo le había dado una última oportunidad. La reforma de una fachada durante dos semanas. El plan era sencillo: investigar casos reales y calcular la distancia aproximada, resbalar por accidente del andamio y resistir la caída. Si su cuerpo era un muro como decían, debía soportar algo así. Al menos lo justo para seguir viviendo y ver a los suyos hacerlo sin agobios. Así que mira hacia abajo ahora, soportando el vértigo y sintiendo como el temblor se apodera de sus piernas. En la calle, es tan temprano que nadie se mira. Derrama el cemento sobre la plancha del andamio y lo pisa dejándose una explicación en la bota. Y entonces es como si sonara la campana y tuviera que abandonar su silla a una esquina del cuadrilátero. Y como si viniera Moorer, enfurecido, ansiando venganza.

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