domingo, 16 de octubre de 2011

El discurso del rey

En el televisor apareció él mismo en el telediario nocturno de máxima audiencia hilando un discurso sobre el fin de nuestros días. Sabía que había estado bebiendo en exceso la noche anterior, pues ni siquiera se recordaba por la zona y, ni mucho menos, recordaba la cara de la reportera. La unidad móvil había salido a investigar acerca de lo que significaba la noche para los jóvenes y, al parecer, la reportera se halló sorprendida ante su letal abordaje. Decidió darle pie, no le quedaba otra, e interrumpir su discurso solamente cuando estimaba necesario, realizando preguntas que le hicieran ahondar sobre sus reflexiones. El resultado, podía verse en directo ante las pantallas. Él nunca se había planteado un discurso sobre cómo podía mejorar las cosas, es más, la vida siempre la había entendido como una cuestión de supervivencia. Así que no sabía porqué, en ese momento de la noche anterior, creyó indispensable su presencia ante la cámara y vomitar esa retahíla de consejos con el fin de evitar la debacle mundial. Hablaba de una sociedad enferma, de la falsa política, del empleo, de la falta de oportunidades… Al móvil, comenzaron a llegarle mensajes de felicitación por parte de algunos amigos. “Felicidades, eres la voz de una generación”, “Gracias por hacer lo que todos deberíamos haber hecho hace ya algún tiempo”, “Por fin alguien con dos cojones”, y así varios más de diferente estructura pero el mismo fondo. Sobrepasado por la reacción de sus conocidos, fue rápidamente a consultar su perfil en las redes sociales con la idea de colgar algunas palabras de arrepentimiento, pero sus contactos ya se habían adelantado con algún que otro “Máquina” o “El filósofo”. Contemplaba atónito como el video iba compartiéndose de perfil en perfil y la gente señalaba “me gusta” y dejaban palabras de apoyo y solidaridad. Sin más remedio, tuvo que bajar de su habitación al salón de casa, la única manera de salir de allí, dónde esperaba que estuvieran sus padres viendo una película, leyendo o haciendo cualquier cosa que los evadiera del mundo. En su lugar, los encontró revoltosos, como sacudidos por un vendaval. Cuando lo interceptaron, después de mirarle obsesivamente de arriba abajo, se acercaron a él y le dijeron: “Hijo, no sabes lo orgullosos que estamos de ti”.

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